Y yo con estas barbas

Relatos sobre mis experiencias y expectativas como padre novato


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¡Felices 7!

¡Feliz cumpleaños, querido mío!

Siete años como siete soles. Y todavía te llamo para pedirte algo ultramonguer y sin sentido, como es el tumbarte en el sofá conmigo para hacernos una foto con las piernas en alto… Y vienes. Vienes sin preguntar. Te sumas al juego sin rechistar. Lo aceptas sin cuestionarte nada y con una sonrisa, fiándolo todo a la curiosidad y al dejarse llevar por la nueva extravagancia de papá . Y te vas tan contento. -«¿Qué tendrá mi padre en la cabeza…? Bueno… ¡Qué más da!»- Pensarás.

Qué rápido pasa todo. Y es que ha sido un año con sus cosas, ¿verdad? Dejar infantil y pasar a primaria… Empezar a tener una habitación para ti solito… Y en otras cosas en cambio parece que todo siga congelado en el tiempo, bribón. Pero hoy no toca quejarse. Son cosas de padre. Cosas que, de hecho, sé perfectamente que incluso empezaré a echar de menos dentro de unos cuantos años, cuando eche la vista atrás y vea que no queda nada del niño que eres todavía hoy. Y se me partirá el corazoncito. Un poco, al menos, seguro. Pero no es momento de adelantar acontecimientos.

Siete años como siete castillos. Y todavía esperas ese beso de despedida en la puerta del colegio, que me das justo antes de entrar por esa puerta tan grande. Ese beso, que en realidad son dos. Nunca entendí de dónde sacaste esa liturgia de darnos un beso en la frente y otro en la mejilla. Como si fueras el mismísimo Papa de Roma, bendiciendo a tus feligreses y perdonándonos todos nuestros pecados. Pero te gusta, y así es como lo quieres. Y a mí me parece estupendo. Porque quizás sea un poco así, a lo mejor. Pese a todas nuestras cagadas y nuestros gruñidos, cada día haces borrón y cuenta nueva, y es amor lo que te brota y te nace del pecho.

Siete años como siete primaveras. Y todavía quieres que leamos juntos cuentos, y cómics, y cualquier cosa que pillemos y llevemos a la cama, o al sofá, o en la sala de la biblioteca del barrio. Y vienes a enseñarme tus nuevos juguetes. Y me los cuentas. Y vienes a acurrucarte conmigo al sofá. Y te ríes cuando te hago cosquillas. Y es que todavía papá te parece un tipo gracioso. Alguien que mola. Alguien que todavía puede llevarte, muy de vez en cuando, subido sobre los hombros para ver el mundo desde un poquito más arriba.

Siete años ya. Y todavía se te ilumina el rostro cuando te pido un abrazo y vienes corriendo a treparme por encima como un monito. Y sigues tan parlanchín, tan movido tan impertinente, tan inoportuno, tan cabezota, tan pasota, tan pesado… ¿Pero sabes una cosa, querido mío? Que así es como eres, y no querría que fueras de ninguna otra manera. Aunque a veces se me pasa por la cabeza.

Siete. Es solamente una cifra. Un número. Pero a veces se me olvida que las transiciones son traicioneras. Ilusorias. Una ficción. Un engaño. Un día tienes seis y al siguiente, como por arte de magia, tienes siete. Pues no. Parece un salto de un año, pero en realidad eres exactamente igual que ayer. Es la dolorosa y desconcertante trampa del calendario.

Siete años desde aquel mediodía en que te vi salir del vientre de tu madre, en aquella habitación del hospital donde naciste, y donde te mecí en mis brazos, extenuado y dormidito como estabas, por primera vez. Desde que sentí el tacto y el calorcillo de tu pielecita recién estrenada, y por qué no decirlo también, de rezar igualmente y a mi manera por primera vez porque tu madre regresase pronto del quirófano. Tanto tiempo he retrasado por unas razones u otras el contaros cómo fue el día en que naciste, que debería ir solucionando esa cuestión de una vez por todas.

Siete años juntos, ya. Y estoy que parece que casi no me lo creo. Hoy es tu cumpleaños, y lo que tenía claro es que no quería esta vez cagarla como la he cagado todos estos años anteriores, dejándote de lado por aquí. Siempre has sido el gran ausente, porque mi energía o mis ganas, o mi entusiasmo, o lo que fuera, ya no daban para más. Y sé bien que este sitio ya no es lo mismo, pero en lo esencial este sigue siendo mi pequeño rincón para vosotros, mis pequeños. Mi pequeña casa virtual, que también es la vuestra. Y todavía no se me ha olvidado.

Es más, me gusta pensar como el Asno de la peli de Shrek, cuando decía aquello de que tengo una dragona y no tengo miedo de utilizarla… Pues yo, igual: Tengo un blog, ¡y por Crom, que no tengo miedo a utilizarlo!«-.

Por eso mismo, en la realidad, y desde el cyberespacio, quiero decirte que te quiero infinito, y que felicidades por tu 7º cumpleaños. Sigue igual de feliz por muchos, muchos, muchos años más.

PD: verás que los siete, molan. Molan mucho. Tanto o más como han molado los seis. Ya lo verás. Te lo dice papá, que ya pasó por ahí. 😉

Feliz 7 cumpleaños. Piernas al aire, en alto.


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Adiós, barba, adiós.

Hoy es 15 de marzo. Día importante señalado en el calendario.

Con la prima Vera asomando a la vuelta de la esquina y llamándonos a gritos entre brotes verdes en los setos y flores lilas en los árboles, es el día señalado, cada año de estos últimos, para darle un repasito a mi cara y decirle bye bye al look desaliñado y avejentado de por otra parte mis muy queridas barbas invernales.

Cuando empiezan a arreciar los fríos otoñales, allá por noviembre, pongo mi cara en pause. En pausa de cuchilla, quiero decir, porque en realidad, es cuando más cambia a lo largo de todo el año, porque esa barba que en otros meses apenas asoma unos pocos días seguidos, aquí no deja de crecer, libre, salvaje, desafiante y desaliñada, hasta acaparar el espacio vacío de mi rostro y de mi cuello.

Pero es algo transitorio. Mi barba, y mi cara, lo saben. Es la pequeña tregua que nos damos cada año: yo dejo en paz la cuchilla, la cuchilla deja en paz mi piel, y mi piel me deja un poco en paz a mí. Todos ganamos. Es nuestro pequeño win-win facial.

Y como cada año también (aunque lo normal es que no quede registrado), ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, aprovecho para hacer un poco el ganso y darle al evento un pequeño y particular cariz de divertimento. Es el puntillo que hace más divertida la mañana de este día especial. Después de todo, lo bueno de una barba es que puedes hacer lo que te salga de los mismísimos pelos con ella… 😉

Con barba invernal
Afeitado intermedio
Afeitado intermedio
Afeitado intermedio
Afeitado intermedio
Afeitado intermedio
Afeitado intermedio

Ya anteriormente he adoptado el 15 de marzo como fecha oficiosa para poner el «modo invierno» de mi rostro, en off. Y es que además, más allá de la llegada del calorcito, me parece un buen detalle para darle a mi madre.

Hoy es tu cumple, mami. Me gusta pensar que esta pequeña tontería de afeitarse también es un bonito regalo. Tu pequeño se ve un pelín más adecentado después de unos pocos meses. (Bueno… Te doy hasta el próximo noviembre, ya lo sabes, que tampoco hay que pasarse.)

Afeitado

Hoy es 15 de marzo…

… Y TE SIGO QUERIENDO HASTA EL INFINITO Y DIECIOCHO UNIVERSOS PARALELOS MÁS ALLÁ, MAMÁ.

PD: hoy voy a tener a mi hijo sobándome la carita media tarde; como si lo viera.

PD2: y mi Churri volverá a darme besitos en condiciones, que eso también es importante. Que la barba la lleva regu.

PD3: si se enfada, negaré ante un notario haber dicho lo anterior. En realidad sí que me besas, amor. ¡Muack!


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Día del Padre

Este pasado sábado, hace dos días, ha sido el Día del Padre.

Y seguramente, en mis ocho años como padre, no estoy muy lejos de afirmar que seguramente ha sido el año en que menos ilusión me ha hecho esta fecha.

En general, soy de esta gente triste, rancia y estúpida que minusvalora el hecho de pasar etapas atendiendo al calendario anual: no me hace especial gracia ni ilusión ni mi cumpleaños (raro es el año que lo celebro con algo…) ni los cumpleaños ajenos. Para mí, San Valentín no existiría (de nos ser porque suelo comprarle una planta cada año a mi Churri, por la coña. Bueno, solía, más bien, que ya ni eso, porque me dijo que no quería tener más cadáveres sobre su conciencia, y he desistido por tanto, del tema…), y no os miento si os digo que me cuesta recordar mi fecha de aniversario de boda, ni especial interés que tengo. Por supuesto, tampoco he tenido nunca un «santo» que celebrar.

No es una falta de romanticismo, o algo así… Es que lo de que pase el tiempo supongo que no me hace especial ilusión. De toda la vida ha sido así, y ya está. Alguna inmadurez latente, o algún carajo de eso, qué sé yo. Taritas tontas que tiene uno y ya está. Supongo que veo lo de caer hojas del calendario desde la parte del vaso medio vacío, en lugar de alegrarme por ir pasando etapas, que sería la parte del vaso medio lleno. Y con el Día del Padre me ha pasado siempre un poco igual, como con tantas cosas.

Reconozco que hay celebraciones que a lo mejor se me escapan un poco. Uno es padre, o debería serlo y ejercer como tal, los 365 días al año, y no sé muy bien qué hay detrás de celebrar algo así puntualmente más allá del pelotazo mercadotécnico. Pero reconozco igualmente que bien se puede usar este día como pequeño punto de inflexión para pararse y reflexionar sobre de dónde viene uno y hacia dónde se está dirigiendo.

Como proponen mis queridos papis blogueros, este año uso estos cinco minutos de reflexión para pensar en cómo llevo todo esto; en si de verdad soy el padre que pensaba que sería. Y no, por supuesto que no. Pero tampoco el margen entre uno y otro es algo tremendamente exagerado, por el simple motivo de que nunca he pretendido tampoco ser nada del otro jueves. Quizás suene un poco triste dicho así, pero mis metas como padre son en esencia bastante humildes, en general. Bueno, no sé si humildes, pero desde luego, no grandilocuentes. Lo de conquistar el mundo se lo dejo al Dr. Maligno y a su Mini-Yo.

Y es que creo que en lo básico, sigo cumpliendo: mis criaturas siguen vivas y coleando (¡minipunto para mi Churri y para mí!). Siguen teniendo todas sus extremidades, sus órganos y sus funciones motoras en perfecto estado (más allá de algún hueso fisurado, y esas cosas de ir como críos por la calle…) Siguen creciendo sanos y aparentemente felices (con sus pequeños chascos y berrinches cotidianos lícitos y autorizados de dramachildren…) y no les falta su plato en la mesa, su ropa, su cama, su techo, su educación, su abundante ración de afecto e incluso una más que aceptable presencia de dádivas de las llamadas «superfluas», a las que también tienen su derecho de vez en cuando.

Habrá quienes deseen un futuro lleno de gloria olímpica para sus pequeños. Lleno de abundancia económica o de triunfos laborales. Claro que yo también quiero que triunfen en lo laboral, nos ha jodío, pero no para que simplemente lleven una vida desahogada en lo financiero (que sí, no vayamos de flowerpawers ahora), sino más bien mi anhelo es aspirar a que logren algo que igual suena más a mundano, pero que igualmente me parece algo bastante complejo y complicado de conseguir:

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Yo quisiera que encuentren el camino hacia un desarrollo que vaya en sintonía con sus creencias y su confort, con el que se sientan a gusto y a ser posible disfruten y sean felices, lejos de la alienación, la explotación y el sufrimiento sin sentido. Eso es a lo que realmente aspiro como padre, hoy día.

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Si consiguen eso y además se ganan bien y honradamente la vida, me sentiré la persona más afortunada del planeta.

Pero centrándome en el tema y yendo más al hilo de la cuestión, sí, mentiría si no dijese que…

Me imaginaba viajando mucho más con ellos. Y el «caserismo» nos puede y nos arrastra a todos.

Me imaginaba más resolutivo. Y sigo dejando en manos de mi Churri muchas más cosas de las que debería. Sigo trabajando en ello, y sé que no es excusa.

Me imaginaba dándoles un hogar mejor que el que tienen, pero mi inmovilismo frente al cambio hace que mis contradicciones salgan a flote azotándome a la cara cada dos días y medio.

Me imaginaba compartiendo con ellos muchas cosas que luego descubres que a día de hoy, todavía no les interesan una mierda. Así que aquí sigo, esperando, pero sin arrojar la toalla.

Me imaginaba, de la misma manera, compartiendo con ellos muchas cosas que luego descubres también que en el fondo a ti no te interesan, o no te apetecen, otra mierda. El término «librarse de…» realmente adquiere otra dimensión cuando uno se mete en esto, por fortuna o por desgracia.

Me imaginaba que podría manejar las cosas de otra manera, y resulta que me cuesta aguantarme incluso a mí mismo muchas más veces de lo que me hubiera pensado. Imagínate a ellos.

Me imaginaba con más energía. Así, a secas. No le voy a añadir más coletilla a este punto. Ya tú sabeh…

Me imaginaba más organizado. Y a veces pienso si el caos que a veces veo en ellos no empieza por el reflejo que les proyectamos. -‘Abraza el caos…’- predica en cambio y con razón una sabia que conozco.

Me imaginaba un futuro más luminoso, pero parece que la sociedad se empeña cada vez más en arrojar capas de tinieblas y escombros sobre todos y sobre todo. -‘Corren malos tiempos para los soñadores…’- dijo el poeta. O quizás eso también lo he soñado.

Lo sé. Tengo todavía demasiadas cosas en el «debe» del zurrón de la familia y la paternidad. Pero bueno… -‘Esto es una carrera de fondo, amigo mío…’- dijo el filósofo. O algo así. Pero como este, esta es otra cosa que cada vez me voy tomando con más… filosofía.

Pensar demasiado en el padre que quieres ser está bien, pero prefiero bajar a la realidad e ir bregando con las cosas tal y como van viniendo, y a día de hoy prefiero no perder el norte y poner los checks verdes a lo básico y realmente importante. Supongo que tener metas está muy bien, pero en este tema, ya me va bien simplemente recorriendo los kilómetros feliz de no caerme en una montonera en medio del pelotón, y salir de ahí rezando aquel -‘Virgencita, virgencita, que nos quedemos como estamos…’- que decía el verdadero creyente.

-‘¡Estos críos de hoy en día viven de puta madre…! Ya tirarán p’alante…’- Dijo también el cuñao de alguien. Y algo de razón también habría que darle, sorprendentemente. Al menos eso espero.

Por causas diversas… Cosas que veo flotando en el ambiente… Circunstancias familiares… Llamadlo X... No estaba siendo un Día del Padre especialmente interesante, como os comentaba al empezar. Cero interés. Cero ilusión. Menos ganas que nunca.

Pero en estas que llega mi hijo, y me hizo espontáneamente un retrato en cero coma. Y me lo regaló. Por ser el Día del Padre. También me regalaron otro par de detalles más tarde: un sacapuntas eléctrico y una goma de borrar eléctrica. ¡Qué flipe! Y eso mejoró ampliamente mi día. ¡Minipunto para mi chico y minipunto para mis chicas!

Creo que nunca me he visto tan guapetón.

Mis hijos me quieren, y disfrutan a su manera del Día del Padre. Y eso me parece perfecto. Yo, a mi tosca manera, seguramente también, aunque me cueste demostrarlo.

No podría pedir nada mejor para este día. Quizás no soy el padre que alguna vez pensé que sería, pero… ¿Y quién lo es? Y además… ¿Qué importa en realidad? Seguiré intentando ser el mejor papá para vosotros, que es lo que cuenta. Y prometo (intentar), eso sí, venga, no ser el padre más soso y flojainas de nuestro portal.

Os quiero.

PD01: ¡Ah…! Si estás pasando también por estos pensamientos, no te juzgues demasiado duro. Seguramente lo estás haciendo mucho mejor de lo que crees. Repasa los básicos que te decía arriba, y verás. Y te recomiendo este hilo de Twitter, bien puedes aplicártelo a ti mismo, casi seguro. 😉

PD02: este post viene a cuento como participación en la iniciativa del #MesPadre ’22 de Papás Blogueros, con la propuesta «No soy el padre que pensaba que sería».


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Y yo con estos cómics

Imagen promocional del episodio de febrero de la sección Y yo con estos cómics.

Me gustan los cómics.

Me han gustado desde siempre. No es que aprendiera a leer con ellos, que tampoco es eso. De hecho, no cambiaría por nada del mundo mi primer libro del que tengo recuerdo haber leído: ‘Jim Botón y Lucas el maquinista’, del dios Michael Ende. Pero sí que los tebeos se colaron por casa desde muy pronto.

Gracias a ellos, puedo decir que pasé una infancia y una adolescencia de lo más entretenida, y me reconozco como un niño bastante lector. Y los cómics siempre estuvieron ahí, en primera fila.

Mi amor y devoción por ellos no disminuyeron con el paso de los años, de tal forma que cuando ya estaba bien entrado en época de salir los findes con los colegas, los cómics eran ya mi «patrón oro» particular. Era la medida en que valoraba el resto de cosas. -«¿Una copa? Hmmmm… Esto son tres tebeos. No me compensa, paso.»– Y así todo. Todo lo ponía en valor respecto a eso. Y la verdad es que mi paga semanal tampoco era nada del otro jueves.

El caso es que nunca he dejado de leer, comprar o coleccionar. Y cada año me voy enamorando más del medio. No os negaré que hay altibajos, como en todo. Muchos. Pero bueno, el caso es que siempre están y han estado ahí.

Es importante no llevarse a engaño con una cosa: el viejo runrún de «los tebeos son algo infantil y de críos» tan rancio y caduco, hace ya mucho que es algo que había dejado de ser algo realmente con fundamento, porque precisamente si algo ha adolecido el panorama del cómic en las últimas décadas, era de una dolorosa falta de atención desde las editoriales hacia este sector poblacional. Lo que salía era realmente escaso, en comparación con el resto de publicaciones.

Paradójicamente, en un mundo de superhéroes pechugones hiperatrofiados oscuros y violentos, de mangas, de cómic noir, independientes o underground, los críos han sido uno de los sectores más olvidados, en realidad. Costaba un mundo encontrar algo de verdad para críos en las estanterías de las tiendas. Algo pensado y desarrollado concretamente para ellos. Los críos, como siempre, a la cola de todo. (Podéis ampliar el arco, si queréis. Pensad en la música infantil, por poneros otro ejemplo similar. Otro desierto durante demasiado tiempo…)

Pero esto sí ha cambiado, afortunadamente. La enorme cantidad y variedad de títulos de calidad, interesantes y divertidos que hay hoy día, es algo realmente a celebrar y es algo de lo que padres y madres deberiamos aprovecharnos. El mundo editorial ha visto la nueva gallina de los huevos de oro y en los últimos años se están poniendo las pilas. Estamos en la cresta de una buena ola, y una que cada vez va creciendo más y más.

Y es justamente ahora, en estos tiempos en que mi hija ha ido empezando primaria, que está arrancando a aprender a leer, cuando todo confluye aquí y veo que tengo un tesoro para ella. Para los dos, en realidad, aunque el pequeño todavía no sabe leer. No solamente me refiero a baldas llenas de cómics, sino a algo más importante: la certeza de que leer cómics puede serle útil y beneficioso para desarrollar esa capacidad, ese aprendizaje, y además, conseguir el premio gordo del enganche y el amor por la lectura. Porque además, leer es algo divertido y excitante.

Las grandes cosechas para la vida se siembran en esta tierna etapa, al fin y al cabo.

Vengo desde hace ya más de tres años trabajando bastante en casa con esto, y precisamente lo que lo ha hecho posible es este excepcional momento dulce que vive actualmente el sector editorial específico de cómic infantil del que os hablo.

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Y LO MÁS IMPORTANTE PARA MÍ DE TODO ESTO. HE COMPROBADO QUE FUNCIONA.

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No es una receta mágica. No es una panacea. No es el remedio a todos los problemas. Pero sí es una ayuda más. Un asidero al que agarrarnos. Una herramienta más, si lo preferís. Y una poderosa, además, si sabéis jugar bien vuestras cartas.

Varios proyectos se han ido formando en mi cabeza a propósito de todo esto, y algunas metas he podido conseguir ya. La más clara y evidente hasta ahora, por supuesto, es la oportunidad que me brindó mi querida Mónica de participar en su nueva sección del podcast de Madresfera sobre cómics. Hay interés.

«Ya que es Madresfera, una comunidad para padres y madres, hagamos una sección sobre cómic infantil, que es algo totalmente en auge. Y podemos hacerlo hablando de las novedades, de lo que está saliendo en el mercado, para que los oyentes sepan qué se cuece en las tiendas. Y yo lo haría mes a mes, si te parece, porque hay mucho de lo que hablar, ya lo verás…»-

Y en estas, ya llevamos medio año. Seis programas, el último este domingo aprovechando el primer Día del Cómic en España, en los que hemos ofrecido a nuestra audiencia una pequeña porción de la fantástica realidad de esta rica y jugosa tarta que son los cómics actuales para niños y niñas. No nos metemos -apenas- en los clásicos universales; en obras que llevan en nuestra estantería desde toda la vida… Hablamos de lo más nuevo; de lo reciente. De lo que tantos y tantas grandes autores y autoras están creando hoy día. Obras llenas de audacia. Llenas de color. Llenas de intención. Llenas de diversión.

A lo largo de estos seis meses, hemos llevado a los hogares de todo aquel que ha querido vernos y escucharnos, una hermosa turra consistente en 728 minutos de charla, exponiendo, reseñando o simplemente dialogando ampliamente sobre una cantidad de 32 volúmenes diferentes, procedentes de 17 sellos editoriales distintos, sin contar las menciones breves a otros tantos títulos que nos vamos dejando en nuestro tintero particular en cada programa, y sobre cómics que abarcan un rango de edad desde los 4 hasta los 12 años (y más, seguramente). No es poco, de verdad.

Y sí, la verdad es que podríamos condensar todo eso, seguro, y tratar de sacar el mismo contenido en una sexta parte del tiempo que empleamos, pero no os voy a engañar. Una vez me pongo, la lengua se me dispara, y me cuesta. Nos cuesta. Porque es algo que nos gusta. Y nos sale así. O porque soy novato en esto y me sale así, más bien. Como todo producto, siempre es mejorable, y seguimos en eso, de verdad, pero poco a poco. Intentamos sacar todo el contenido del que hablamos con todo el mimo del mundo, porque creemos que los oyentes y las obras que comentamos se merecen que les ofrezcamos lo mejor que podemos darles.

Y aquí seguiremos. Aprendiendo. Y con la misma filosofía: divulgar; tratar de ser ese modesto espacio, esa pequeña ventana abierta donde cada madre o padre interesado en ofrecer nuevas y diferentes posibilidades lectoras a sus hijos e hijas (y a ellos mismos, ya de paso…), pueda asomarse cada mes y palpar de primera mano todas esas hermosas páginas que andan corriendo por ahí como locas.

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Para crear afición a la lectura. Para crear nuevos lectores y lectoras. Para dar valor a este medio cultural tan fantástico y que tantas y tantas posibilidades puede ofrecer, a tantos y tantos niveles.

Para todo esto, decidimos abrir este espacio hace ya seis meses.

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No somos un medio especializado en cómics. No somos críticos afamados ni influencers de la industria, ni pretendemos serlo, ni lo seremos nunca. Ni nuestra idea es dirigirnos a una audiencia muy conocedora, que ya está realmente metida en el mundillo y que por tanto está ojo avizor hasta del más mínimo detalle de todo lo que se cuece en el subsuelo comiquero.

Más bien es justo al contrario: aunque lógicamente toda la audiencia es bienvenida, nos gusta hablar para toda esa gente que tiene inquietudes y anda quizás curioseando o buscando algo concreto, pero no sabe todavía muy bien qué. A toda esa gente que viene con un: -«Oye, ¿qué le regalarías a una criatura de 8 años para leer…? Oye, recomiéndame un tebeo para mi pequeño de 5 años… Mi hija de 11 no lee nada y no sé qué ofrecerle… ¿Sugerencias?»-

Nuestra apuesta es la de crear un puchero, un caldo, en el que decimos: -«Ven. Mira esto. Cómpralo. Pídelo en la biblioteca del barrio. Pídeselo prestado a tu cuñada o a esa mamá del cole. Que os lo regalen. Da igual. Lo importante es leerlo. Y sabed que este caldero que vamos cocinando existe, y que hay condumio bueno dentro; que vamos metiendo muchas cosas chulas de las que te puedes alimentar y aprovechar, ya que has hecho el enorme esfuerzo de asomarte por aquí… ¡Y son productos frescos!» Mira todo lo que hay. Esto es bueno para su nutrición mental.»-

Porque LEER CÓMICS, nunca lo ovidemos, ES LEER. Y leer sigue siendo la mejor llave que conozco frente a la incultura, la sinrazón, la manipulación, la indiferencia y la ignorancia. En una época en que nuestros hijos e hijas se verán inundados por el aplastante reinado de las pantallas, leer tiene que seguir siendo un pilar para ellos y por extensión, para toda la sociedad; un bastión inquebrantable que no podemos dejar que se pierda.

Por más episodios, pues. Por otro medio añito más. Por más viñetas.

¡LARGA VIDA A LOS CÓMICS!


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La familia vuelve a crecer

Hay veces en que uno se sienta a escribir, por obligación. O bien por necesidad. 

A veces, incluso por distraerse, por probar algo, por crear rutinas o por buscarse un pretexto de evasión y poder así deslizarse entre tus musas, allí donde te sientes cómodo y reconfortado. A veces escribir es tu particular secret guilty pleasure.

A veces escribes para chillar en soledad y verter tus gritos en ese altavoz que son los ojos de los que más tarde te leen… Sí. A veces hay que sacar fuera lo que te quema por dentro, y escribirlo es la única manera de mantenerte cuerdo. Una especie de desahogo catártico fácil y barato. 

Pero no… No son ninguno de estos el motivo que me impulsa ahora; porque lo que hoy me trae de nuevo a las teclas es la mejor excusa que existe para volver a ellas. Y no es sino la felicidad. La ALEGRÍA, así en mayúsculas. Y es que no hay mejor cosa que te haga ponerte a los mandos de un volante como este que el de venir para contar y dejar constancia de las cosas felices que a uno le pasan. 

Y es que hace apenas un par de semanas, vino al mundo la más pequeña, la más reciente y la más bonita de mis sobrinas. Porque evidentemente, todo lo que huele a nuevo, a recién hecho, a creado y horneado con mimo, ilusión y amor, es siempre lo mejor y lo más bonito. Y así debe ser. Porque es el momento y el lugar donde confluyen todos los caminos.

La familia crece de nuevo. Una sobrina más. Preciosa. Entera. Con todos sus deditos y sus cositas pringosas de bebé. Y os puedo asegurar que es un nacimiento de lo más deseado, esperado y celebrado. No puedo estar más feliz y contento, como todos en la familia, y especialmente por mi cuñada y mi cuñado, que se estrenan en estas lides.

Hay ya una pequeña «tradición» en este, mi pequeño rincón digital, que me ha hecho realizar anteriormente un primer regalo a mis nuevas sobrinas nada más nacer. Dos veces lo hice ya, con mi sobrina I y con mi sobrina M, y quiero seguir manteniéndola viva con mi preciosa y recién llegada sobrina P. No es nada especial… Ni siquiera es algo material. Solamente es una chorrada de su tío el excéntrico, de su tío el friki; ese ser que hace como que dibuja, pero luego no dibuja; ese que hace como que escribe pero que luego no escribe; que estudia, practica o se interesa por cosas que luego no le llevan a ninguna parte mas que si acaso a perder el tiempo… (O no, vete tú a saber).

Lo que quiero regalarte, mi pequeña, mi primer regalo para ti, es algo que espero puedas guardar para siempre, y puedas enseñar con cariño, guasa, ternura, coña o cachondeo a los colegas cuando seas mayor, o simplemente tenerla ahí guardada en algún rinconcito de tus cosas, para cuando sea que necesites echar una mirada a alguna parte ahí arriba, y saber de dónde vienes y cómo eran las cosas entonces. Porque es un detalle tonto y curioso que yo mismo siempre me he preguntado, y nunca tuve la oportunidad de verlo. Y me hubiera gustado saberlo, y contemplarlo, aunque sea por simple curiosidad.

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Mi regalo es ni más ni menos que la imagen de cómo eran los cielos al atardecer en el día en que tu madre te alumbró y te vio asomando tu pequeña cabecita rosada a este mundo. Para que sepas cómo fue y tengas conservada para siempre la estampa del cielo en el ocaso del día que te vio nacer.

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Atardecer del día en que nació mi sobrina P.

Así fue por tanto, que la tarde del día que llegaste al mundo, me enfundé el maillot, el culote, las zapas y el casco, y me lancé calle alante con la bici a la caza de los últimos rayos del sol de la tarde, buscando el sitio más adecuado, y por los pelos llegué. 

Atardecer del día en que nació mi sobrina P.
Atardecer del día en que nació mi sobrina P.

Y mereció la pena. Como en las dos ocasiones anteriores. 

Ni una sola nube. Ni rastro de trazas de borrasca alguna. Un cielo claro, de un azul eterno. Luminoso. Apacible. Sereno. Una tarde tranquila, bañada en tonos dorados y rojizos, como tantas nos está dejando este tibio y seco invierno de este año.

Así que por tanto, bien podrás decir dentro de unos años, señalando estas fotos con orgullo y alegría, algo como: -«Yo nací aquí… Puedo afirmar con pruebas que en el día de mi nacimiento hubo calma, paz y serenidad, al menos en lo que respecta a la mitad superior y azul que podíamos ver desde este pequeño rincón de mi bonito planeta, que es la Tierra… Mi tío estaba allí, para contármelo.»- 

Si fuese un chamán de alguna remota y exótica tribu indígena perdida, podría intuir con una sonrisa de oreja a oreja que esos cielos tranquilos son en sí mismo un signo de buen augurio. Me gustaría pensar eso, de verdad. Pero desengañémonos… El día que enseñaron Augurios en la facultad, yo debía estar en la cafetería tomándome un poleo o un té con limón, así que mejor dejémoslo en que simplemente soy tu tío, haciéndole unas fotos a los cielos, para dejártelas por aquí mientras desea que la vida que acabas de estrenar te depare las cosas más maravillosas que este nuevo mundo te pueda ofrecer. Que tampoco está tan mal.

Y eso sí… Sin ser yo un chamán de esos, esa sonrisa igualmente tampoco me la quita nadie. 

Ya te quiero mucho, pequeña P. Que lo sepas.


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Maldita mancha

Si hay algo que reconozco he llevado un poco regu desde el principio en esto de la paternidad, ha sido el tema de la lavadora y el lidiar con las manchas de la ropa.

¿Conocéis la serie aquella de «Secretos del Universo, con Morgan Freeman», que echaban en el canal Discovery Max? ¡Pues una mierda de serie como un templo, eso es lo que es…! Yo viéndola entusiasmado y preguntándome en qué episodio pondrían por fin lo de conseguir sacar la ropa limpia de verdad. Y nunca lo sacaron, los malditos. Tanta galaxia y tanta chufa, y no van a los básicos de verdad… ¡Anda por ahí con las supernovas y el polvo primigenio, hombreyá…! ¡¡Dime cómo sacar esa mancha primigenia de tomate frito para poder rescatar esta camiseta, carajo…!! ¡Eso es lo que nos interesa conocer de verdad! Y luego ya me cuentas lo de los cúmulos estelares si quieres.

Si será importante y crucial este tema, fijaos, que cuando uno entra de bruces directamente en este mundo de la paternidad, es el SEGUNDO (sí, habéis leído bien) acto vital de lo que será la nueva relación con tu hijo o hija neonata.

Y es que tras tu primera interacción con la nueva criatura venida a este mundo, que será cogerla en brazos (por cierto toda pringosa y todavía llena de lo que a ti te pueden parecer hermosos restos de fluidos placentarios viscosos y escurridizos), para achucharla de la forma más delicada que sepas como si de un cristal que pudiera romperse con mirarlo se tratase, lo segundo y siguiente que pasará, con gran probabilidad, será que ese recién nacido te devuelva su primera muestra de cariño y afecto, en forma de alivio mediante una preciosa plasta de meconio, esa oscura y breosa materia cósmica, detritus del mismísimo Cthulhu, sobre tu camisa. Esto es así. Si todavía no has llegado a este punto porque estás esperando el primero, y te estás documentando porque quieres ser un padre lo más de lo más preparado, grábatelo a fuego, chico.

Y será la primera prenda de muchas que acabe en el cubo desintegrador de la basura, aviso para navegantes. (A no ser que tengas, sí, tú, algún insano y enfermizo fetiche raro de coleccionar y guardar ítems bizarros del cual no quieras hablar, que también me parece perfecto, oye…)

Reconozco de antemano haber perdido la carrera frente a mis antepasadas en este tema. Padre empoderado, moderno, cumplidor, comprometido, implicado, corresponsable, loquequieras… ¡Mis cojones treintaytrés! ¡Un pringao, es lo que sigo siendo! No le llego yo a la altura de la suela del zapato a todas estas mujeres, vamos… Empezando por mi querida madre, o mi abuela, o quien sea. No se le resistía una mancha a mi mami, en la vida, tú… Pues no he ido yo veces por casa ahí preguntando… -«Joder, madre… ¿Tú esto cómo lo limpias? ¡Es que a mí no me queda como a ti…!»- Y es como lo del cocido, que por mucho que te dan la receta, que parece lo más tonto del mundo, pues lo haces tú y a ti te sale como un mojón de pato en comparación.

Y oye, no quiero quitarme méritos tampoco, que yo le he puesto a este tema todo el empeño del mundo y más… Y venía bien enseñado de casa en otras lides semejantes. Lo que pasa es que en la vida prepaternidad, la lavadora es un tema realmente simple, porque no tienes que lidiar normalmente con manchas. O sea… MANCHAS, quiero decir. MAN-CHAS. Manchurracas épicas, así, con toda su presencia y todo su pagüer. Con manchas poderosas. Con los malditos Vengadores en forma de manchas. Con el puñetero Thor, Dios del Trueno, Hijo de Odín, heredero al trono de la gloriosa Asgard, blandiendo su martillo Mjollnir forjado en uru místico extraído del corazón profundo de una estrella moribunda, ahí pegado en el pantalón de tu bebé. Ya me entendéis. Todo lo más, fue algún vino tinto en el mantel tras una noche tonta… Pero esto de la paternidad, amiguis, es otra puñetera liga. Es la Champions de las manchas. Y no estamos preparados. O yo no lo estaba…

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Tú a tus hijos les cuelgas una chapa o un escudito en la pechera con su superhéroe favorito.

Una mancha de zumo de naranja perenne es el pin que yo les dejo a los míos.

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Mira que desde entonces me he hecho un máster en frotar. Y cada vez que lo hago me sigo sintiendo un poco gilipollas por ello, porque en pleno siglo XXI, uno piensa, digo yo, un poco estúpidamente, pero con cierta razón, que esto del frotar ya se habrá acabado…, como prometía aquel famoso anuncio de la tele de hace años… Pero noooooooo. Nada más lejos. Lo primero, porque muchas veces te toca empezar quitando lo gordo, de buenas a primeras. Porque dices -«Yo no meto esto a la lavadora, con TODO ESO ahí pegado, y con el resto de ropa que no está TAN sucia… Ni voy a poner toda una lavadora solamente para esta prenda…»- Y ahí es cuando ya empieza el festival.

Y lo segundo, porque a veces me da la sensación de que la ropa sale de la lavadora igual que entra. Un «Body» Horror Picture Show. Que dices… -«¿Pero esto lava… De qué…?»-

Manchas de fruta, cagaos, barro, mocos, babas, restos de todas las comidas y bebidas existentes en nuestra dimensión -y de las de alguna paralela seguro que también…-, sangre, pis, grasa, vómitos, helados, azúcares, chocolates y pringues varios… La lista de ellas, es tan larga que también merecería otra peli de Spielberg.

Claro que a estas alturas de la partida, a nadie le extraña que de restregarse por los coches más puercos de la calle, acariciar las esquinas de edificios más pútridas y orinadas, rebozarse por los suelos más asquerosos y las papeleras más nauseabundas como lapas y caracoles, usar las mangas como servilletas y los cuellos como kleenex para los mocos, los críos podrían hacer perfectamente disciplinas olímpicas de todo ello, y salir coronado cualquiera, porque la competición estaría reñida como ninguna otra. Los manchurrones, lamparones, churretones, máculas y tiznes varios son, quién puede dudarlo, uno de los grandes campos de batalla de la crianza.

A día de hoy, respecto a la limpieza general del hogar, estamos intentando evolucionar y tirar hacia soluciones más sostenibles y ecológicas, como padres modernillos y concienciados que somos, como el vinagre de limpieza o el bicarbonato, y tratando de deshacernos de la buena cantidad de productos tóxicos y chungos que han ido pasando revista por nuestro estante de la limpieza. Sin embargo, en lo que a la ropa se refiere, el Lagarto sigue siendo un maldito fiel amigo de compañía, muy a mi pesar. No he podido salir de ese particular agujero negro. Por no decir que el tema de lavar a temperatura o lavar en frío, mezclar cierto tipo de ropas, etecé, siguen siendo guerras abiertas en este santo hogar.

Manchas de camiseta

¡Manchas, yo os maldigo! ¡Ahora y siempre! A todos esos padres y todas esas madres, que lleváis a vuestra camada vestidos como un pincel, pulcros, inmaculados, rebrillantes cual modelos de revista… ¡También os maldigo! Por dejarme por inútil y por nerd. Y os envidio en secreto con cochinez, a partes iguales.

¿Sabéis una cosa? Que a tomar por culo: me pienso unir al enemigo. Con la mano puesta en el delantal, os juro que voy a empezar a hacer performances callejeras con la ropa sucia de casa, y oye, cuantas más manchas, mejor… A lo Jackson Pollock. Así os lo digo. Me voy a llevar los abrigos de mis hijos y los voy a ir dejando por alguna esquina de la calle, así, colocaditos como sin intención, en poses divertidas y exóticas, y voy a sacarles fotos muy chulas, rollo en plan muy casual y muy loco. A ver si de esta forma empiezo alguna tendencia nueva chorra y me hago Instagramer de éxito y me convierto en el nuevo Banksy con mis intervenciones urbanas clandestinas de ropas callejeras llenas de mierda, y lo peto fuertecito y sacamos al menos algo en limpio de todo esto.

Claro que igual me debería poner a usar la lavadora en condiciones de una maldita vez, así por probar. Más todavía, digo. Darle otra vueltecita más. Que a lo mejor ahí está la respuesta y lo que pasa es eso, que en temas de manchas, sigo siendo, en definitiva, un pringao.

Porque un flís-flís milagroso, que lo echas así en un momento, y chimpún, se obra la magia, ya por preguntar, y tal… De eso no hay, ¿no?

¿O sí…?

 

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16 semanas de permiso de paternidad

Quien tenga por seguros todos sus pensamientos en esta vida, que dé un paso al frente.

No seré yo quien lo haga, desde luego. Y ni mucho menos si hablamos de un tema tan espinoso como la noticia con la que arrancamos este enero: la ampliación a 16 semanas de permiso por paternidad, igualándolas por tanto a las de maternidad.

Espinoso por las reacciones que suscita, digo. En estos años desde que tuve a mi lechona mayor, he ido escuchando diferentes posturas, distintos argumentos, a favor o en contra de la ampliación de permisos de paternidad, y la mayor parte de las veces me encontraba en la posición de: -«Oye, pues tienes razón. Esto me suena razonable…»- Y es que siempre solía encontrarme con buenos argumentos pusiera la oreja donde la pusiera. Todo me parecía razonable en mayor o menor medida. Y con este último empujón de esta ley, eso tampoco ha cambiado.

Y ahí es donde veo la raíz de uno de los problemas que envuelven este tema, (al igual que sobre muchos otros temas, o sobre todos, bien podría decirse…) Que si bien existen las soluciones buenas a un problema, no creo que existan las soluciones perfectas. Desde esta premisa, todo se convierte entonces en un juego de tratar de conseguir la mejor de las soluciones posibles.

Sí, vale. La mejor. Pero… ¿La mejor, para quién? Y además, ya que nos ceñimos al ámbito de las meramente «posibles», en ese saco siguen cabiendo muchas variantes, opciones, requiebros y vericuetos que inevitablemente dejarán poco o nada satisfechos a una parte de los interesados. Porque si algo tenemos claro en esta vida, es que nunca llueve a gusto de todo el mundo.

Por ejemplo, ¿quién decide aquí qué es lo más importante, lo más necesario, o lo que más urge? Si es una EQUIPARACIÓN, en aras de igualar días de permiso entre padres y madres, y tratar de favorecer así un equilibrio en el ámbito de las relaciones laborales, frente, a por ejemplo, la urgencia de un AUMENTO de las semanas de permiso para las madres, para que estas afronten una recuperación más integral de su físico; para que tengan un poco más de distancia y puedan organizarse e integrar los cuidados y el desarrollo de las primeras etapas de sus bebés, o simplemente para que puedan dar el pecho en condiciones si optan por un modelo basado en la lactancia materna, hasta el MÍNIMO recomendado de 6 meses por la OMS.

Yo, amigos y amigas, sigo sin tenerlo claro. Porque veo lo que hay, hablo con la gente, miro alrededor, y lo ÚNICO que sí que se me viene con cristalina presteza a mi mente es la conciencia de que yo LO QUIERO TODO. De que todo es necesario. Que no es una cuestión de LO UNO O LO OTRO. Si te doy A, te quedas sin B, o al revés. Porque inevitablemente, aquí hay gente que va a salir perdiendo, paradójicamente. Te vas a sentir perdedor, ya seas padre o madre, de un ambiente en el que alguien (Papá Estado) está DANDO. AÑADIENDO.

Pero yo creo que aquí, necesitamos la A, y la B. A la vez. Y ya. Y también la C, la D y la E, ya puestos.

Donde yo veo suma, o añadidos, o elementos que nos hacen avanzar en general como sociedad, pasitos adelante aunque sean pequeños, desde otros ojos se perciben como un atraso. Como pasos hacia atrás. Como agravios. Y seguramente TENGAN RAZÓN. Y no es que yo quiera ser de los que ven el vaso «medio lleno» frente a quienes lo ven «medio vacío», sino que como digo, oye… ¡Es que yo no me conformo con el vaso a medias, ya sea medio vacío o ya sea medio lleno! ¡Yo quiero mi vaso lleno! Porque creo que puede y debe llenarse.

 

 

Aquí hay unas necesidades que cubrir, amigos y amigas. Innegociablemente. Son las de los nuevos padres, las de las nuevas madres, pero bajo mi punto de vista, y por encima de lo demás, LAS DE LOS NUEVOS SERES PEQUEÑITOS QUE LLEGAN A ESTE MUNDO. Y creo, siempre he creído, que es ahí donde ha de ponerse el foco. Siempre he pensado que los beneficios en forma de permisos, remuneraciones, etc, más que recaer sobre la figura del padre o de la madre, deberían recaer, en esencia, sobre los bebés. Es el bebé el que debería tener el DERECHO garantizado a tener cubiertas una serie de cuestiones determinadas por un tiempo determinado: un cuidador a su cargo 24/7, padre o madre o ambos, una serie X de meses mínimos. Una alimentación asegurada de leche materna a demanda de X meses mínimos, para quien opte por ese modelo. Un entorno físico y a ser posible familiar seguro para su crecimiento y primer desarrollo, de X meses mínimo (mejor si esto último se alarga a toda su vida, obvio…), donde poder empezar a crear esos lazos afectivos, de seguridad y de confianza con sus familiares, ya sean madres, padres, hermanos, etc.

Es decir, en esencia lo que vendría a ser algo tipo prestación universal por hijo/a.

Por eso yo lo pido todo, de corazón. Lo quiero todo. Porque lo veo todo necesario, y todavía escaso, actualmente. ¿Un mínimo de 6 meses de permiso para las madres? ¡CLARO! Pero es que no me entra en la cabeza que esto todavía no sea así. No me creo que todavía estemos en estas.

Y de hecho, si me preguntas, te diría que más tiempo, que 6 meses son pocos. Que por qué no 9 meses o un año si es necesario, haciendo los cambalaches pertinentes. Sabemos que redunda en beneficio de los bebés. ¿Por qué no hacerlo? ¿O por qué no también un mayor número de semanas iniciales y mínimas tras el parto para las madres? ¡POR SUPUESTO! ¿Qué les ocurre a las madres con partos complicados? ¿Con puerperios difíciles? ¿Qué hay de las secuelas físicas y mentales y lo que hace falta para recuperarse y superar todo eso? ¿Por qué no ahondar ahí?

Pero si me dices: -«¡Equiparemos permisos y hagámoslos intransferibles y remunerados al 100%»- Pues te diré de la misma manera: -«¡Venga! ¡Dale! ¡Ya estábamos tardando también con esto…!»- Porque me puedo poner en el lugar de un padre, y también veo cosas muy positivas aquí. Sí, llamadme iluso. Llamadme soñador. Yo juego en el equipo de John Lennon en esto, lo siento. Yo lo siento así. Quizás no sea una realidad a corto plazo, pero creo que a medio o largo plazo, hay un poso, un lastre ideológico machista ahí encerrado, que a la fuerza debe ir cambiando. Creo que va a ser una medida beneficiosa al menos en lo laboral, para todos, hombres y mujeres. Y seguramente en el ámbito doméstico también. Cada uno ganando espacios que ahora mismo no tiene ni de lejos asegurados. ¿Por qué no dar una oportunidad y ver si esto funciona?

 

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Repito: no es lo que yo quiero, per se. Yo creo que lo ideal deberían ser unos derechos otorgados a los bebés concedidos a través de sus padres, y por consiguiente, que estos se organicen, distribuyan y disfruten de manera flexible en función de su situación familiar particular y según necesidades. Me parece que es lo lógico, porque cada familia tiene sus circunstancias.

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Tenéis estos X meses de permiso, más este dinero Y, más estas ayudas Z, y con estos requisitos mínimos: las 12 primeras semanas fijas e intransferibles para ambos. (Por ejemplo, yo qué sé). Y a partir de estos cimientos, vais organizando y construyendo vuestro puzzle familiar, hasta cubrir el primer año entero de la criatura. O los dos primeros años. O los tres. Los que sean. Pero que haya quorum. Que haya facilidades. Que el Estado, la patronal laboral, la comunidad de mi barrio y Perico el de los Palotes, me dejen y me permitan llevar a cabo este nuevo plan de vida. Y que no te encuentres con penalizaciones. Ni laborales. Ni sociales. Ni, por supuesto, individuales.

Que si algo tengo claro también, es que criar es ya de por sí un trabajo MUY DURO, muy complicado, que requiere de atenciones constantes y que demanda plenitud de energías y mil y un recursos. Que requiere de la implicación de toda la sociedad si queremos que haya un saludable recambio generacional. Y que el tan manido axioma de -«Pues no haber tenido hijos»- no me sirve, porque si el tema es no tener niños, entonces, ok, en 50 años todos muertos y dejamos un lindo país entero desierto para que pasten las cabras del vecino en él. Y es un plan, oye. Pero no me parece que sea ese un MEJOR plan que el mío, la verdad. La regeneración poblacional es el motor de cualquier sociedad humana que no se quiera extinguir.

-«¿Y esta bonita orgía de paz y amor que te has montado en la cabeza, entonces, quién la organiza? ¿Quién la paga?»- Me diréis. Pues el Estado, señores y señoras mías, que para eso están y para eso se les paga a ellos, que somos todos y todas. O eso nos han querido contar siempre. Yo quiero un estado fuerte, atrevido y ¡Ohhh…! ¡Locurón! Que vele por los intereses de su pueblo y sus ciudadanos. Que apueste por su futuro. Y no creo pedirle peras a un olmo, porque esto es pedir lo mínimamente lógico a cualquier estado de derecho normal. Y más en un país con un índice de natalidad tan bajo como el nuestro.

Pero aquí es cuando lo lógico se pega de tortas con la realidad, y es cuando te das de bruces con la mierda que hay, con el Estado de 3ª regional que tenemos para muchas cosas. Y es que la rueda nunca ha funcionado como debería. A Papá Estado no le interesan una mierda los bebés. No le han interesado nunca, o desde hace muchos años, al menos, como no le interesa la infancia en general. Un sector que solamente reporta gastos, problemas y preocupaciones, pero no reportan pecunia, porque no pagan impuestos, y encima tampoco aportan votos, porque son gente pequeña. Y esto lo hemos visto hasta la saciedad en este último año de pandemia, cómo los niños y niñas han sido de lejos el sector poblacional más abandonado por los dirigentes, junto a los grandes mayores.

Si Papá Estado no funciona, si no pone el foco en los más pequeños, en fomentar y cuidar la natalidad a todos los niveles (vivimos en el país viejuner en el que vivimos, never forget…), y se rige siempre por el más recalcitrante de los cortoplacismos, el tejido empresarial tampoco se va a quedar a la zaga. Si desde arriba no hay apoyo ni interés real, el Patrón seguirá repitiendo los mismo patrones que hasta ahora: fomentar y aprovecharse de las desigualdades y la precariedad, de los resquicios culturales mohosos heredados, y arrinconando como siempre la labor de los cuidados de los asalariados bajo su manto. Criar, cuidar, maternar, paternar… Estos términos seguirán siendo un lastre para los que manejan y controlan y deciden mayoritariamente sobre nuestra pasta. Seguirán siendo simples piedras en su camino de hacerse cada vez más y más adinerados.

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Y de nuevo, todo seguirá igual. Plus ça change plus c’est la même chose, que dicen nuestros vecinos franceses.

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Urge un cambio de mentalidad INTEGRAL. Urge más educación social. Más educación masculina dirigida en recuperar el valor hacia los cuidados y la intendencia doméstica desde un punto de vista global, y no desde el meramente económico y de proveedor. Urgen cambios de modelos. Y mientras llegan estos cambios, puestos a aparcar el sueño utópico de un Estado perfecto que haga ¡chás! y aparezca a tu lado, y coloque todo en su sitio de la noche a la mañana (lo cual sabemos que no va a ocurrir jamás), hay pequeños o grandes pasos previos que se pueden ir dando en una dirección más o menos acertada, más o menos positiva, y que a día de hoy, seguramente es todo lo más a lo que podemos aspirar. Pasos como esta nueva ley, por ejemplo. Que posibilite llegar a lo otro, un día soñado de estos. ¿Por qué no?

¿Esta nueva ley es lo ideal, o justa? No, no lo es. ¿Es lo prioritario ahora mismo, o debería haberse aumentado el permiso de maternidad? Pues aquí que cada uno decida, porque como digo, yo creo que eso se debería haber resuelto ya hace tiempo. Pero a poco que me aprietes, te diré que aumentar el permiso por maternidad debería haber sido prioritario, sí. ¿Es una ley buena, entonces? Sinceramente, en mi legítima confiada credulidad, sí. Creo que debería ser útil y eficaz para ir consiguiendo nuevos objetivos que deberían ser positivos para el conjunto de la ciudadanía. ¿Se podría haber hecho algo mejor? No me cabe la más mínima duda. ¿Hay que conformarse con esto y ya está? ¿Ya está todo hecho? Ni de puñetera coña.

Que no. Que hay que seguir reivindicando. No vale quedarse aquí.

Hay que conseguir poner el foco en la importancia de los cuidados, insisto. En implementar políticas que desarrollen un fomento de la natalidad real, integradora y con garantías. Devolver el foco a los ciudadanos y sus necesidades, y hacerlo de forma racional. Hay que conseguir implicar a los hombres en las responsabilidades que les corresponden, y comprometerles con el nuevo status que han adquirido implícitamente si estos se transforman luego en padres. Trabajar para lograr que las mujeres tomen de una vez las riendas de sus vidas de forma justa, lícita y activa, en igualdad y bajo unas mismas premisas, sean en el ámbito laboral, doméstico, o cualesquiera que sean. Que ellas reciban de una vez lo que en justicia necesitan y demandan.

Que queda todavía un mundo entero por hacer, por conseguir y por recorrer. Y ya que lo sabemos, pues sigamos caminando hacia él y sobre él, pero con la guardia en alto, con viento ligero, ojo avizor y paso firme. Porque, repito, yo QUIERO MÁS. Estos mínimos son todavía demasiado mínimos en muchas cosas, y sigue habiendo mucho por solucionar y por mejorar.

Lo que sí que os puedo decir, es que creo que esta nueva ley, pese a los errores que traiga ya de nacimiento bajo el brazo, no debería ser un nuevo techo sobre el que arrojar las mismas piedras furibundas de siempre, si se me permite la expresión. No digo que sea un gran techo, o ni siquiera que se haya colocado donde debiera, o cuando debiera, vale… Pero conviene recordar, todos y todas lo sabemos, que todavía hace mucho frío ahí afuera. Y hay mucha lluvia, con sus rayos y truenos y granizos. Y sí creo que este es un techo que puede ofrecer un buen cobijo a mucha gente que lo espera y que lo desea; que puede y debe ser útil, y que ojalá resulte todo lo beneficioso que puede llegar a ser, y que esas piedras que por fuerza hay que seguir arrojando, deberían redirigirse a otros muchos techos que todavía quedan por ahí, muros, paredes y cristales lamentables que todavía existen y que por supuesto, también merecen nuestra atención y nuestra fiera puntería, por injustos, caducos, vergonzosos, marginales y peligrosos.

Pero bueno… Qué sabré yo.

 

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El anillo de mi amigo Carlos

Hay cosas que por mucho que pase el tiempo, parecen no cambiar. Cosas que se repiten. Cosas por las que pasamos este, aquel y el de más allá. Cosas que nos resuenan en la cabeza, por haberlas vivido ya en otros. Cosas que nos sirven de puente, y que de alguna manera, nos van conectando. Dejavús. Defectos en Matrix, o como lo quieras llamar. Sentimos ecos que no son sino reflejo de lo que a otro le pasó antes, y aquello que en su día observaste de lejos, te vuelve hoy de rebote como diciendo: -«¡Hey, que ahora vamos contigo, venga…!»-

Hace un rato, antes de comer, mi hijo pequeño estaba jugando con una pequeña linterna led. Es muy pequeña; apenas un juguetito. De hecho, es un remanente de muchas iguales, de colorines, que llegaron a casa hace ya año y pico como parte de un lote de detallitos chorras para repartir en la clase el día del cumpleaños. Una party bag de estas tan de moda, ya sabéis.

El caso es que la linterna lleva una gomita incorporada, lo que hace que te la puedas poner en un dedo, a modo de anillo. Ahora claro, imaginaos a un crío con cinco de estas en una mano, los dedos llenos, en una habitación medio oscura. La party, vamos. Un nuevo Jean Michel Jarre. O sea… Para eso son.

Y luego está lo otro… Que esta es de color verde. Y claro. Ahí tenemos al niño, danzando por casa con su anillo, todo flipado gritando aquello de… -«¡Soy Linterna Verdeeeee…! ¡FIUUUU… FIUUU… CHASSSSS!»- (Signifiquen lo que signifiquen esos fiufíus y esos chaschás).

Y he aquí, que entro de repente en una sensación curiosa… Extraña… De estar viviendo una situación que ya he vivido antes. Y no es una situación que viviera yo de pequeño, porque yo no era fan del bueno de Linterna Verde siendo tan pequeñito. Era más bien de acordarme de algo…

Lo que se me estaba viniendo a la memoria era ni más ni menos que una increíble experiencia, humana y lectora, que viví a través de las palabras que nos dejaba mi querido amigo Carlos, en una entrada de su blog, hace ya unos cuantos años. Yo había empezado con este blog ese mismo año, pocos meses antes, y en aquella época estaba a la caza y captura incesante de otros blogs sobre experiencias de paternidad que me llamasen la atención. Y el blog de Carlos, sus experiencias, su manera de narrar, me cautivaron desde el primer momento como un flechazo, como pocos blogs lo han vuelto a hacer.

Y de allí surgió una historia muy linda… Una pequeña llamada de auxilio que caló fuerte, que nos conquistó a muchos por la ternura que había detrás. Por la seria implicación que escondía. Carlos nos contó la historia del anillo de Linterna Verde de su hijo Martí. Un anillo de juguete muy chulo que compró para él. De cómo el crío se sintió engañado al volver del primer día de colegio, porque aquel añillo en realidad no tenía poderes, y de cómo la salida que encontró su padre para remediar, para intentar aliviar algo de esa pequeña tragedia familiar, fue echar mano de la gente que estábamos ahí, al otro lado, leyendo, escuchando ese eco de S.O.S., para mandarle algunas palabrillas al chaval… Un ánimo, una pizca de esperanza que reinflase quizás ese saco de ilusión que horas antes había estado lleno a rebosar, y ahora estaba desinflado por completo, pisoteado y por los suelos. Y la gente, los que leímos aquella historia, muchos, respondimos. Aquello nos caló. Le inundamos a mensajes…

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-«¡Hey, Martí! ¡En serio, chico…! La magia existe, créeme. Yo la veo a diario…»-

-«Hay un poder especial en ese anillo, de verdad. Ya lo verás un día de estos…»-

Y cosas similares. Mensajes de ánimo, de cariño…

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Todo esto nos lo relató Carlos en aquel momento, y sigue siendo una de las historias cotidianas más bonitas que recuerdo haberle leído a nadie en todos estos años, la verdad. Si no lo hiciste en su día, párate un momento a hacerlo, y bucea unos minutos en aquella historia, que no te arrepentirás.

Hoy me he vuelto a acordar de ella, al ver a mi pequeño corretear y disfrutar por la casa con su pequeña linterna verde. Mi pequeño, que tiene una edad cercana a la que tendría el pequeño Martí por aquel entonces. Pienso en que de alguna manera, me está tocando hoy a mí vivir lo que él vivió ya con su hijo hace unos pocos años. Misma situación. Mismos personajes. Estoy retomando aquella historia por la que pasó él, y por la que pasarían otros tantos antes que él.

Y por ello pienso en las conexiones. Las conexiones que nos unen. A ti y a mí. Lo que yo te leo. Lo que tú me cuentas. Lo que aprendo de ti. Lo que yo pueda enseñar (quizás…) a los demás. Y oye… Mola. Eso siempre ha molado. Somos pequeños cómplices y partícipes de las historias que leemos, escuchamos y compartimos. Porque al final, se trata de eso. Aprender. Y enseñar. Conectarnos. Expresarnos. Y que esa rueda no se pare nunca.

Está bien recordar esto de vez en cuando, en la era de la escalada del odio, la angustia, la pose, los jeiters y la desinformación de las redes. Que no se nos olvide que las redes, como redes que son, y estén construidas por el hilo de que estén construidas, son en esencia ese vehículo de traspaso de información por el cual siguen colándose en nuestras casas, las más bellas, tiernas, válidas, provechosas e interesantes historias.

Historias como las de una pequeña linterna led de luz verde.

(Por cierto… ¿Qué tendrá el puñetero Linterna Verde, eh…? Supongo, que un pedazo de anillo que mola todo un universo.)

El juramento de Linterna Verde


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Papi no sabe ayudarme

La verdad es que esta bola rápida no la he visto venir.

Hoy acaba de darme un hermoso sopapo uno de estos momentos con los que todo padre o madre se topa de bruces tarde o temprano en esta carrera de fondo que es la crianza de los propios lechones.

Mi hija nos ha soltado directamente un muy doloroso -«…Es que papi no sabe ayudarme.»- Directo y sin anestesia. Y claro, mi tierno corazón ha sentido de lleno toda la fuerza y el escozor de la fría y amarga puñalada, de esta reveladora y cruel nueva realidad.

No sé si los antecedentes o el contexto son relevantes… Basta decir que Churri estaba fuera por un recado, y yo en casa con los dos críos. La mayor, ya terminado su desayuno hacía rato y haciendo propiamente la zascandila, como es menester. El pequeño y yo, todavía desayunando.

Insistiendo a la mayor que se ponga en marcha con sus tareas (a saber, la rutina diaria de quitarse el pijama, vestirse, peinarse, lavarse los dientes, recoger su cama y ponerse en su mesa y arrancar con los deberes del día del cole… Pfffff, sí, TODO eso. Que yo les entiendo, ¿eh? Que aquí también pasamos todos por aquello…), ella ha jugado hábilmente las cartas que las circunstancias habían puesto en su mano, desplegando sus ya muy desarrolladas habilidades dramáticas, y se ha declarado en ilegítima rebeldía, argumentando con la astucia que le dan sus muy vividos seis años de pajaruela que ya tiene. Y que hasta que no volviera su Santa Madre, ella no se movería ni haría nada de nada.

Y siguiendo en sus trece, hasta que al poco en esto regresa la Santa Madre, y claro, la otra al ver el panorama de ¡Pero bueno! ¿¿A estas horas y todavía así, que no has empezado con las cosas del cole todavía??, como la mar gruesa cuando avecina por la Tramuntana, enseguida ha saltado con esa argucia, esa vil frase que me ha sentado a cuerno quemado, que brotó ahí de su tierna boquita como si cualquier cosa…

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«…Es que papi no sabe ayudarme.»-

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Y me he hundido un poco yo solito en mi miseria. Me lo van a permitir.

Todo viene yo creo, de un día, una de estas mañanas de pandemia, en que aquí esta persona humana y cárnica que os escribe se puso al lío con la niña, que debió si no amanecer ya torcida, seguramente se torció a eso de las desayuno, desayuno-y-media de la mañana. Vete tú a saber porqué. (Igual fue que apagamos la tele, o alguna tragedia griega de estas…)

El caso es que inicié la cita escolar mañanera con ella. Algo de mates. O las horas del reloj, o averigua tú el qué… Y al poco, ya estaba aquella resoplando cual tetera, y el mundo viniéndosele encima. Nada que ver con la mañana anterior, que la cosa fue fluida y bastante bien. Iluso de mí, que pensaba que aquello podría durar y que todos los días serían jauja.

Ahí nos enzarzamos, o la cosa se lió… Ella sacó su Hamlet interior, yo mi impotencia de los días de no tengo el tótem para farolillos, y se nos truncó el amor de tanto usarlo… Y ahí quedó el drama. Desde aquella fallida mañana, la niña pidió el comodín del cambio, volvió a requerir a su madre en las labores de tutelaje escolar (que era con quien había empezado con esto, semanas atrás, dicho sea de paso) y poco ha querido volver a saber de mí a este respecto.

Es decir, que de aquella, me plantó la etiqueta de «MI PADRE, POR AQUÍ, NO».

 

drama queen. Mi hija es una dramitas.

 

Y es que bueno, no por intuirlo a lo mejor, hace menos daño el escucharlo de viva voz. La confirmación del presentimiento. La crónica de una muerte anunciada. Y pese a que con ella también se trae trifulcas, perifollos, desmanes, llantinas, bufidos y desabridas desavenencias, desde entonces ha sido su madre la que ha ido de la mano con ella en el tema de los deberes, casi la totalidad de los días, mientras que yo me dedico al pequeño y a labores caseras. No sé si es que con ella se resigna, porque ha agotado el cupo de cambios, o es que realmente está más a gusto.

Esta es mi losa. Mi temor. Mi bajona de hoy, con luces de neón y flechitas parpadeantes apuntando a este padre luser. Resulta un combate que ni siquiera sabía que estaba librando, y de repente me veo tumbado en la lona a las primeras de cambio y por nocaut. No he oído ni el ding-ding de la campana.

Mi hija, etiquetándome. Después de todo el machaque que nos ha dado el bueno de Alberto Soler con este tema, y es mi hija la que me cuelga la etiqueta a mí. Manda webs.

Pero con una etiqueta de las que nadie quiere… De las chungas. De las de «Producto defectuoso». De las de –«Este ejemplar no me sirve, señora cajera… Lo pone aquí, oiga. Mire. Deme mejor otro…»- Mi hija, sacando una libreta mental, haciendo –click- a su boli y poniendo una X enorme o dibujando una carita triste, que para el caso tanto igual da, junto al epígrafe de «Papá y las tareas del cole» en su lista de –Cosas de papá en las que puedo confiar–. Mi hija, haciéndome, en esencia, un Jaime Lannister en toda regla: -«Una vez maté a un rey, y desde entonces me llamaron Matarreyes…«– O lo que es lo mismo, una vez tuvimos un mal día, y desde entonces, ya no valgo para ayudarte con las clases. Nunca más, por lo que se ve.

¿Cómo he fallado de esta manera? ¿En qué momento mi hija ha logrado asociar y asimilar mentalmente que ya no se fía de su padre para ayudarla en todo lo que sea? Que ya no puede contar conmigo para cualquier cosa que ella necesite. Es duro pensar en esto, en serio.

Nunca pretendí ser un súper padre, y sabía que estos momentos llegarían, que tampoco me he caído de un guindo, pero sinceramente, os diré que no pensaba que llegaran tan pronto. Con 6 añitos, pensaba que todavía esa parte de la inocencia seguiría ahí. Pensaba que esta ilusión duraría al menos un poco más. Qué sé yo. Hasta los 8 o los 9 años… Llamadme loco. Aunque realmente tampoco me ha dado nunca por pensar sesudamente en esto, no os voy a mentir.

Pero supongo que también eso dice algo a favor de su inteligencia, claro, si lo rumio bien. Habrá que mirar lo positivo de este palazo, digo yo. La jodía es lista. Intuyo que eso al menos es algo bueno que sale de este tragicómico episodio. Como decía el gran dios Carles Capdevila en aquel grandioso monólogo para la eternidad, -«La misión de los padres consiste en espabilar a los pequeños, y tratar de controlar a los mayores…»- Y al menos, esta parece estar espabilando y dándose cuenta de que no todo el monte es orégano. Igual tan mal no lo estamos haciendo, entonces.

Bueno… Eso tiene de positivo, y el recordar también que yo tenía un blog en alguna parte, ya de paso. Un blog en el que yo solía recoger y atesorar tonterías de este tipo. Un lugar donde poder llorar mis mierdas a gusto; mierdas monguers como la de hoy, y con suerte, compartirlas con algún gato o gata despistada que pase por ahí. Es bueno, de repente, recordar que tienes un blog. Bendito blog.

En fin. Supongo que toca lamerse las heridas, tragarse el orgullo y pensar que mañana será otro día, y que nunca es tarde para enderezar el rumbo de esta nave del misterio. Seguiré insistiendo, y metiendo caña y cuña cuando pueda, y veremos cómo puedo hacer para que la cosa se arregle. Y por supuesto, habrá que intentar que esa nueva prescencia suya, esa capacidad de discernir o adivinar en qué múltiples cosas de repente su querido papá está por debajo del umbral de lo molón y lo resolutivo, se retrase todavía un poquito más, a poder ser. Dejadme darle todavía unos tragos más a la ilusión, porfa.

Estoy jodido, lo reconozco. Me ha escocido. No todos los días afronta uno a bocajarro la realidad de su difusa inutilidad, y sin derecho a revancha o a una simple réplica. Pero aquí os digo también que otra cosa que no sé si sabe aquí mi listilla, es que los Lannister siempre pagan sus deudas.

Y mi deuda eterna con ella, como buen padre suyo de ley que soy, siempre estará presente. Y el pago de dicha deuda consiste entre otras cosas, en que llegado el momento preciso, y aunque me quedase manco de una mano, siempre habré de estar ahí, detrás, o a su lado, para al menos intentar ayudarla o guiarla en lo que buenamente ella quiera o necesite de mí. 

Ley de vida. Tendré que conformarme con eso.