Y yo con estas barbas

Relatos sobre mis experiencias y expectativas como padre novato


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16 semanas de permiso de paternidad

Quien tenga por seguros todos sus pensamientos en esta vida, que dé un paso al frente.

No seré yo quien lo haga, desde luego. Y ni mucho menos si hablamos de un tema tan espinoso como la noticia con la que arrancamos este enero: la ampliación a 16 semanas de permiso por paternidad, igualándolas por tanto a las de maternidad.

Espinoso por las reacciones que suscita, digo. En estos años desde que tuve a mi lechona mayor, he ido escuchando diferentes posturas, distintos argumentos, a favor o en contra de la ampliación de permisos de paternidad, y la mayor parte de las veces me encontraba en la posición de: -«Oye, pues tienes razón. Esto me suena razonable…»- Y es que siempre solía encontrarme con buenos argumentos pusiera la oreja donde la pusiera. Todo me parecía razonable en mayor o menor medida. Y con este último empujón de esta ley, eso tampoco ha cambiado.

Y ahí es donde veo la raíz de uno de los problemas que envuelven este tema, (al igual que sobre muchos otros temas, o sobre todos, bien podría decirse…) Que si bien existen las soluciones buenas a un problema, no creo que existan las soluciones perfectas. Desde esta premisa, todo se convierte entonces en un juego de tratar de conseguir la mejor de las soluciones posibles.

Sí, vale. La mejor. Pero… ¿La mejor, para quién? Y además, ya que nos ceñimos al ámbito de las meramente «posibles», en ese saco siguen cabiendo muchas variantes, opciones, requiebros y vericuetos que inevitablemente dejarán poco o nada satisfechos a una parte de los interesados. Porque si algo tenemos claro en esta vida, es que nunca llueve a gusto de todo el mundo.

Por ejemplo, ¿quién decide aquí qué es lo más importante, lo más necesario, o lo que más urge? Si es una EQUIPARACIÓN, en aras de igualar días de permiso entre padres y madres, y tratar de favorecer así un equilibrio en el ámbito de las relaciones laborales, frente, a por ejemplo, la urgencia de un AUMENTO de las semanas de permiso para las madres, para que estas afronten una recuperación más integral de su físico; para que tengan un poco más de distancia y puedan organizarse e integrar los cuidados y el desarrollo de las primeras etapas de sus bebés, o simplemente para que puedan dar el pecho en condiciones si optan por un modelo basado en la lactancia materna, hasta el MÍNIMO recomendado de 6 meses por la OMS.

Yo, amigos y amigas, sigo sin tenerlo claro. Porque veo lo que hay, hablo con la gente, miro alrededor, y lo ÚNICO que sí que se me viene con cristalina presteza a mi mente es la conciencia de que yo LO QUIERO TODO. De que todo es necesario. Que no es una cuestión de LO UNO O LO OTRO. Si te doy A, te quedas sin B, o al revés. Porque inevitablemente, aquí hay gente que va a salir perdiendo, paradójicamente. Te vas a sentir perdedor, ya seas padre o madre, de un ambiente en el que alguien (Papá Estado) está DANDO. AÑADIENDO.

Pero yo creo que aquí, necesitamos la A, y la B. A la vez. Y ya. Y también la C, la D y la E, ya puestos.

Donde yo veo suma, o añadidos, o elementos que nos hacen avanzar en general como sociedad, pasitos adelante aunque sean pequeños, desde otros ojos se perciben como un atraso. Como pasos hacia atrás. Como agravios. Y seguramente TENGAN RAZÓN. Y no es que yo quiera ser de los que ven el vaso «medio lleno» frente a quienes lo ven «medio vacío», sino que como digo, oye… ¡Es que yo no me conformo con el vaso a medias, ya sea medio vacío o ya sea medio lleno! ¡Yo quiero mi vaso lleno! Porque creo que puede y debe llenarse.

 

 

Aquí hay unas necesidades que cubrir, amigos y amigas. Innegociablemente. Son las de los nuevos padres, las de las nuevas madres, pero bajo mi punto de vista, y por encima de lo demás, LAS DE LOS NUEVOS SERES PEQUEÑITOS QUE LLEGAN A ESTE MUNDO. Y creo, siempre he creído, que es ahí donde ha de ponerse el foco. Siempre he pensado que los beneficios en forma de permisos, remuneraciones, etc, más que recaer sobre la figura del padre o de la madre, deberían recaer, en esencia, sobre los bebés. Es el bebé el que debería tener el DERECHO garantizado a tener cubiertas una serie de cuestiones determinadas por un tiempo determinado: un cuidador a su cargo 24/7, padre o madre o ambos, una serie X de meses mínimos. Una alimentación asegurada de leche materna a demanda de X meses mínimos, para quien opte por ese modelo. Un entorno físico y a ser posible familiar seguro para su crecimiento y primer desarrollo, de X meses mínimo (mejor si esto último se alarga a toda su vida, obvio…), donde poder empezar a crear esos lazos afectivos, de seguridad y de confianza con sus familiares, ya sean madres, padres, hermanos, etc.

Es decir, en esencia lo que vendría a ser algo tipo prestación universal por hijo/a.

Por eso yo lo pido todo, de corazón. Lo quiero todo. Porque lo veo todo necesario, y todavía escaso, actualmente. ¿Un mínimo de 6 meses de permiso para las madres? ¡CLARO! Pero es que no me entra en la cabeza que esto todavía no sea así. No me creo que todavía estemos en estas.

Y de hecho, si me preguntas, te diría que más tiempo, que 6 meses son pocos. Que por qué no 9 meses o un año si es necesario, haciendo los cambalaches pertinentes. Sabemos que redunda en beneficio de los bebés. ¿Por qué no hacerlo? ¿O por qué no también un mayor número de semanas iniciales y mínimas tras el parto para las madres? ¡POR SUPUESTO! ¿Qué les ocurre a las madres con partos complicados? ¿Con puerperios difíciles? ¿Qué hay de las secuelas físicas y mentales y lo que hace falta para recuperarse y superar todo eso? ¿Por qué no ahondar ahí?

Pero si me dices: -«¡Equiparemos permisos y hagámoslos intransferibles y remunerados al 100%»- Pues te diré de la misma manera: -«¡Venga! ¡Dale! ¡Ya estábamos tardando también con esto…!»- Porque me puedo poner en el lugar de un padre, y también veo cosas muy positivas aquí. Sí, llamadme iluso. Llamadme soñador. Yo juego en el equipo de John Lennon en esto, lo siento. Yo lo siento así. Quizás no sea una realidad a corto plazo, pero creo que a medio o largo plazo, hay un poso, un lastre ideológico machista ahí encerrado, que a la fuerza debe ir cambiando. Creo que va a ser una medida beneficiosa al menos en lo laboral, para todos, hombres y mujeres. Y seguramente en el ámbito doméstico también. Cada uno ganando espacios que ahora mismo no tiene ni de lejos asegurados. ¿Por qué no dar una oportunidad y ver si esto funciona?

 

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Repito: no es lo que yo quiero, per se. Yo creo que lo ideal deberían ser unos derechos otorgados a los bebés concedidos a través de sus padres, y por consiguiente, que estos se organicen, distribuyan y disfruten de manera flexible en función de su situación familiar particular y según necesidades. Me parece que es lo lógico, porque cada familia tiene sus circunstancias.

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Tenéis estos X meses de permiso, más este dinero Y, más estas ayudas Z, y con estos requisitos mínimos: las 12 primeras semanas fijas e intransferibles para ambos. (Por ejemplo, yo qué sé). Y a partir de estos cimientos, vais organizando y construyendo vuestro puzzle familiar, hasta cubrir el primer año entero de la criatura. O los dos primeros años. O los tres. Los que sean. Pero que haya quorum. Que haya facilidades. Que el Estado, la patronal laboral, la comunidad de mi barrio y Perico el de los Palotes, me dejen y me permitan llevar a cabo este nuevo plan de vida. Y que no te encuentres con penalizaciones. Ni laborales. Ni sociales. Ni, por supuesto, individuales.

Que si algo tengo claro también, es que criar es ya de por sí un trabajo MUY DURO, muy complicado, que requiere de atenciones constantes y que demanda plenitud de energías y mil y un recursos. Que requiere de la implicación de toda la sociedad si queremos que haya un saludable recambio generacional. Y que el tan manido axioma de -«Pues no haber tenido hijos»- no me sirve, porque si el tema es no tener niños, entonces, ok, en 50 años todos muertos y dejamos un lindo país entero desierto para que pasten las cabras del vecino en él. Y es un plan, oye. Pero no me parece que sea ese un MEJOR plan que el mío, la verdad. La regeneración poblacional es el motor de cualquier sociedad humana que no se quiera extinguir.

-«¿Y esta bonita orgía de paz y amor que te has montado en la cabeza, entonces, quién la organiza? ¿Quién la paga?»- Me diréis. Pues el Estado, señores y señoras mías, que para eso están y para eso se les paga a ellos, que somos todos y todas. O eso nos han querido contar siempre. Yo quiero un estado fuerte, atrevido y ¡Ohhh…! ¡Locurón! Que vele por los intereses de su pueblo y sus ciudadanos. Que apueste por su futuro. Y no creo pedirle peras a un olmo, porque esto es pedir lo mínimamente lógico a cualquier estado de derecho normal. Y más en un país con un índice de natalidad tan bajo como el nuestro.

Pero aquí es cuando lo lógico se pega de tortas con la realidad, y es cuando te das de bruces con la mierda que hay, con el Estado de 3ª regional que tenemos para muchas cosas. Y es que la rueda nunca ha funcionado como debería. A Papá Estado no le interesan una mierda los bebés. No le han interesado nunca, o desde hace muchos años, al menos, como no le interesa la infancia en general. Un sector que solamente reporta gastos, problemas y preocupaciones, pero no reportan pecunia, porque no pagan impuestos, y encima tampoco aportan votos, porque son gente pequeña. Y esto lo hemos visto hasta la saciedad en este último año de pandemia, cómo los niños y niñas han sido de lejos el sector poblacional más abandonado por los dirigentes, junto a los grandes mayores.

Si Papá Estado no funciona, si no pone el foco en los más pequeños, en fomentar y cuidar la natalidad a todos los niveles (vivimos en el país viejuner en el que vivimos, never forget…), y se rige siempre por el más recalcitrante de los cortoplacismos, el tejido empresarial tampoco se va a quedar a la zaga. Si desde arriba no hay apoyo ni interés real, el Patrón seguirá repitiendo los mismo patrones que hasta ahora: fomentar y aprovecharse de las desigualdades y la precariedad, de los resquicios culturales mohosos heredados, y arrinconando como siempre la labor de los cuidados de los asalariados bajo su manto. Criar, cuidar, maternar, paternar… Estos términos seguirán siendo un lastre para los que manejan y controlan y deciden mayoritariamente sobre nuestra pasta. Seguirán siendo simples piedras en su camino de hacerse cada vez más y más adinerados.

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Y de nuevo, todo seguirá igual. Plus ça change plus c’est la même chose, que dicen nuestros vecinos franceses.

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Urge un cambio de mentalidad INTEGRAL. Urge más educación social. Más educación masculina dirigida en recuperar el valor hacia los cuidados y la intendencia doméstica desde un punto de vista global, y no desde el meramente económico y de proveedor. Urgen cambios de modelos. Y mientras llegan estos cambios, puestos a aparcar el sueño utópico de un Estado perfecto que haga ¡chás! y aparezca a tu lado, y coloque todo en su sitio de la noche a la mañana (lo cual sabemos que no va a ocurrir jamás), hay pequeños o grandes pasos previos que se pueden ir dando en una dirección más o menos acertada, más o menos positiva, y que a día de hoy, seguramente es todo lo más a lo que podemos aspirar. Pasos como esta nueva ley, por ejemplo. Que posibilite llegar a lo otro, un día soñado de estos. ¿Por qué no?

¿Esta nueva ley es lo ideal, o justa? No, no lo es. ¿Es lo prioritario ahora mismo, o debería haberse aumentado el permiso de maternidad? Pues aquí que cada uno decida, porque como digo, yo creo que eso se debería haber resuelto ya hace tiempo. Pero a poco que me aprietes, te diré que aumentar el permiso por maternidad debería haber sido prioritario, sí. ¿Es una ley buena, entonces? Sinceramente, en mi legítima confiada credulidad, sí. Creo que debería ser útil y eficaz para ir consiguiendo nuevos objetivos que deberían ser positivos para el conjunto de la ciudadanía. ¿Se podría haber hecho algo mejor? No me cabe la más mínima duda. ¿Hay que conformarse con esto y ya está? ¿Ya está todo hecho? Ni de puñetera coña.

Que no. Que hay que seguir reivindicando. No vale quedarse aquí.

Hay que conseguir poner el foco en la importancia de los cuidados, insisto. En implementar políticas que desarrollen un fomento de la natalidad real, integradora y con garantías. Devolver el foco a los ciudadanos y sus necesidades, y hacerlo de forma racional. Hay que conseguir implicar a los hombres en las responsabilidades que les corresponden, y comprometerles con el nuevo status que han adquirido implícitamente si estos se transforman luego en padres. Trabajar para lograr que las mujeres tomen de una vez las riendas de sus vidas de forma justa, lícita y activa, en igualdad y bajo unas mismas premisas, sean en el ámbito laboral, doméstico, o cualesquiera que sean. Que ellas reciban de una vez lo que en justicia necesitan y demandan.

Que queda todavía un mundo entero por hacer, por conseguir y por recorrer. Y ya que lo sabemos, pues sigamos caminando hacia él y sobre él, pero con la guardia en alto, con viento ligero, ojo avizor y paso firme. Porque, repito, yo QUIERO MÁS. Estos mínimos son todavía demasiado mínimos en muchas cosas, y sigue habiendo mucho por solucionar y por mejorar.

Lo que sí que os puedo decir, es que creo que esta nueva ley, pese a los errores que traiga ya de nacimiento bajo el brazo, no debería ser un nuevo techo sobre el que arrojar las mismas piedras furibundas de siempre, si se me permite la expresión. No digo que sea un gran techo, o ni siquiera que se haya colocado donde debiera, o cuando debiera, vale… Pero conviene recordar, todos y todas lo sabemos, que todavía hace mucho frío ahí afuera. Y hay mucha lluvia, con sus rayos y truenos y granizos. Y sí creo que este es un techo que puede ofrecer un buen cobijo a mucha gente que lo espera y que lo desea; que puede y debe ser útil, y que ojalá resulte todo lo beneficioso que puede llegar a ser, y que esas piedras que por fuerza hay que seguir arrojando, deberían redirigirse a otros muchos techos que todavía quedan por ahí, muros, paredes y cristales lamentables que todavía existen y que por supuesto, también merecen nuestra atención y nuestra fiera puntería, por injustos, caducos, vergonzosos, marginales y peligrosos.

Pero bueno… Qué sabré yo.

 

Esta entrada forma parte de la iniciativa de Papás Blogueros #12MESES12POSTS


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El anillo de mi amigo Carlos

Hay cosas que por mucho que pase el tiempo, parecen no cambiar. Cosas que se repiten. Cosas por las que pasamos este, aquel y el de más allá. Cosas que nos resuenan en la cabeza, por haberlas vivido ya en otros. Cosas que nos sirven de puente, y que de alguna manera, nos van conectando. Dejavús. Defectos en Matrix, o como lo quieras llamar. Sentimos ecos que no son sino reflejo de lo que a otro le pasó antes, y aquello que en su día observaste de lejos, te vuelve hoy de rebote como diciendo: -«¡Hey, que ahora vamos contigo, venga…!»-

Hace un rato, antes de comer, mi hijo pequeño estaba jugando con una pequeña linterna led. Es muy pequeña; apenas un juguetito. De hecho, es un remanente de muchas iguales, de colorines, que llegaron a casa hace ya año y pico como parte de un lote de detallitos chorras para repartir en la clase el día del cumpleaños. Una party bag de estas tan de moda, ya sabéis.

El caso es que la linterna lleva una gomita incorporada, lo que hace que te la puedas poner en un dedo, a modo de anillo. Ahora claro, imaginaos a un crío con cinco de estas en una mano, los dedos llenos, en una habitación medio oscura. La party, vamos. Un nuevo Jean Michel Jarre. O sea… Para eso son.

Y luego está lo otro… Que esta es de color verde. Y claro. Ahí tenemos al niño, danzando por casa con su anillo, todo flipado gritando aquello de… -«¡Soy Linterna Verdeeeee…! ¡FIUUUU… FIUUU… CHASSSSS!»- (Signifiquen lo que signifiquen esos fiufíus y esos chaschás).

Y he aquí, que entro de repente en una sensación curiosa… Extraña… De estar viviendo una situación que ya he vivido antes. Y no es una situación que viviera yo de pequeño, porque yo no era fan del bueno de Linterna Verde siendo tan pequeñito. Era más bien de acordarme de algo…

Lo que se me estaba viniendo a la memoria era ni más ni menos que una increíble experiencia, humana y lectora, que viví a través de las palabras que nos dejaba mi querido amigo Carlos, en una entrada de su blog, hace ya unos cuantos años. Yo había empezado con este blog ese mismo año, pocos meses antes, y en aquella época estaba a la caza y captura incesante de otros blogs sobre experiencias de paternidad que me llamasen la atención. Y el blog de Carlos, sus experiencias, su manera de narrar, me cautivaron desde el primer momento como un flechazo, como pocos blogs lo han vuelto a hacer.

Y de allí surgió una historia muy linda… Una pequeña llamada de auxilio que caló fuerte, que nos conquistó a muchos por la ternura que había detrás. Por la seria implicación que escondía. Carlos nos contó la historia del anillo de Linterna Verde de su hijo Martí. Un anillo de juguete muy chulo que compró para él. De cómo el crío se sintió engañado al volver del primer día de colegio, porque aquel añillo en realidad no tenía poderes, y de cómo la salida que encontró su padre para remediar, para intentar aliviar algo de esa pequeña tragedia familiar, fue echar mano de la gente que estábamos ahí, al otro lado, leyendo, escuchando ese eco de S.O.S., para mandarle algunas palabrillas al chaval… Un ánimo, una pizca de esperanza que reinflase quizás ese saco de ilusión que horas antes había estado lleno a rebosar, y ahora estaba desinflado por completo, pisoteado y por los suelos. Y la gente, los que leímos aquella historia, muchos, respondimos. Aquello nos caló. Le inundamos a mensajes…

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-«¡Hey, Martí! ¡En serio, chico…! La magia existe, créeme. Yo la veo a diario…»-

-«Hay un poder especial en ese anillo, de verdad. Ya lo verás un día de estos…»-

Y cosas similares. Mensajes de ánimo, de cariño…

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Todo esto nos lo relató Carlos en aquel momento, y sigue siendo una de las historias cotidianas más bonitas que recuerdo haberle leído a nadie en todos estos años, la verdad. Si no lo hiciste en su día, párate un momento a hacerlo, y bucea unos minutos en aquella historia, que no te arrepentirás.

Hoy me he vuelto a acordar de ella, al ver a mi pequeño corretear y disfrutar por la casa con su pequeña linterna verde. Mi pequeño, que tiene una edad cercana a la que tendría el pequeño Martí por aquel entonces. Pienso en que de alguna manera, me está tocando hoy a mí vivir lo que él vivió ya con su hijo hace unos pocos años. Misma situación. Mismos personajes. Estoy retomando aquella historia por la que pasó él, y por la que pasarían otros tantos antes que él.

Y por ello pienso en las conexiones. Las conexiones que nos unen. A ti y a mí. Lo que yo te leo. Lo que tú me cuentas. Lo que aprendo de ti. Lo que yo pueda enseñar (quizás…) a los demás. Y oye… Mola. Eso siempre ha molado. Somos pequeños cómplices y partícipes de las historias que leemos, escuchamos y compartimos. Porque al final, se trata de eso. Aprender. Y enseñar. Conectarnos. Expresarnos. Y que esa rueda no se pare nunca.

Está bien recordar esto de vez en cuando, en la era de la escalada del odio, la angustia, la pose, los jeiters y la desinformación de las redes. Que no se nos olvide que las redes, como redes que son, y estén construidas por el hilo de que estén construidas, son en esencia ese vehículo de traspaso de información por el cual siguen colándose en nuestras casas, las más bellas, tiernas, válidas, provechosas e interesantes historias.

Historias como las de una pequeña linterna led de luz verde.

(Por cierto… ¿Qué tendrá el puñetero Linterna Verde, eh…? Supongo, que un pedazo de anillo que mola todo un universo.)

El juramento de Linterna Verde


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Madres de cómic

Hoy, primer domingo de mayo, vengo a despedir el fin de semana con un post rapidito improvisado e impulsado por la curiosidad, dedicado a todas las mamis del universo, por el Día de la Madre.

Y es que a veces el mundo Tuiter hace su magia y obra milagros (como que me ponga un domingo por la noche a darle a la tecla).

Esta mañana, al abrir la rrss del pajarito azul, me topé con un tuit de los amigos del podcast Tebeismos, felicitando y recordando como es habitual en su cuenta, la efeméride del día, acompañando al tuit con una imagen relacionada del mundillo del cómic.

Y es ahí donde se me ha encendido la bombilla, y me he preguntado…:

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-«Oye… ¿Cómo se ha tratado la figura de la madre en el mundo del cómic?

Personajes que sean madres y tengan relevancia como tales en las obras en las que aparecen. ¿Qué conozco yo al respecto de esto…?»-

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Tenemos muchas veces muy presentes la infinidad de referencias hacia la figura de la madre en el cine, en la literatura, en la pintura… ¿Pero en el cómic? ¿Alguna vez te lo habías preguntado tú también, esto…? Porque reconozco, y mira que me gustan, que yo no.

Así que con la más tonta de las curiosidades, me he asomado raudo y veloz a mi tebeoteca particular; he anotado algunos buenos ejemplos que considero interesantes, y con las mismas me lancé a elaborar un pequeño hilo, que empezaba aquí…:

…Y os lo voy a desglosar, aquí:

Calvin & Hobbes
Susan Storm, de Los 4 Fantásticos
La Leyenda de Madre Sarah
Príncipe Valiente
Zipi y Zape
Lydie
Custodia Compartida
La Parejita S.A.
Superman
La Casta de los Metabarones
The Umbrella Academy
Los Diarios de Cereza
Paula Crusoe
La Visión
El Ala Rota

Todos estos ejemplos son sobre figuras de madres diversas que abarcan acercamientos muy diferentes, opuestos muchos de ellos entre sí, al concepto de «madre» o de cómo ejercer la maternidad. De qué significa o implica el ser madre. Y la verdad, que puestas así en fila admito que me causan cierta impresión.

Las madres, por lo tanto, también tienen su pequeño rincón, su hueco merecido entre las viñetas, como no podía ser de otra manera. Madres únicas. Madres diferentes. Como la vida misma. ¡Y… por cierto! Todas estas obras, son -sobra decirlo, pero no me quedaré con las ganas…- grandes obras, con grandes personajes. Algunas de ellas son incluso cumbres en su géneros. ¡Os animo a echarles una buena ojeada si veis que tenéis la oportunidad! ¡Las madres también alumbran buenos tebeos!

¡Feliz día pues, a todas las mamis del mundo mundial!

PD: el hilo sigue abierto en comentarios, para el que quiera aportar más ejemplos, por supuesto. 😀

PD 02: perdonad la calidad reguler de algunas de las imágenes. Las busqué de aquella manera, y nunca pensando en que tendría que presentarlas aquí. Sorry!

 


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Cuestión de género

costurero con un perro de peluche; coser no es cuestión de género

-«Toma, papá… ¿Me la coses, la oreja de mi perrita…?»-

Gracias a esta pequeña, sencilla e inocente frase, esta tarde he tenido una suerte de… epifanía. Una revelación. Uno de esos momentos de «orgullo de padre» que tan pocas veces parecen salir al escenario de nuestro cotidiano y rutinario día a día.

Tras el consiguiente -«…Claro, hija. Trae…»-, el ir a por el costurero, sentarme en el sofá delante de ella, abrirlo, dedicar por su parte algún minuto de más a curiosear el contenido y elegir un bonito tono (el único, más bien, no os vayáis a pensar que esta casa es Pontejos…) de color rosa (por supuesto, que va a juego con las orejas del bicho), y por fin, enhebrar la aguja… me ha llegado el flashazo. Así, como de golpe.

En un instante, me he dado cuenta… He caído en el detalle… He notado… He asimilado… …Que mi hija, con toda la naturalidad que le otorgan y atesoran sus inocentes y recientes cuatro años… ¡Me ha pedido que COSA! ¡Ha pedido a su PADRE, un señor, un varón, un hombre… Que cosa! ¡Como si fuera lo más natural del mundo! Como si fuera algo tan normal como lo es hacer un bocata, recoger un libro del suelo, limpiar unos zapatos o buscar un canal en la tele. Un acto que, en su mente, juega en la misma liga que poner un lavaplatos, que sacar la basura, que plegar el carrito del bebé, que colgar un cuadro o que llevar al gato al veterinario.

¿Y por qué no habría de ser así para ella…? Es una necesidad normal, que surge de un problema sencillo, y que necesita una solución rápida. Y hasta ahí. Y de lo que me he dado cuenta es de que… ¡¡¡Es cierto!!! Ella está creciendo con ese referente concreto en su casa… Ella sabe que YO, COSO. Que papi, cose. Por tanto, ¿por qué no habría de pedírmelo? Para mi hija, es pues, algo normal.

Ella me ha visto hacerlo. Sabe que puedo. Sabe que lo hago… Como tantas y tantas otras cosas. En casa, y fuera de ella. Y esa ha sido la absurda y al mismo tiempo maravillosa gran revelación del día. ¡Qué cosas, oye! Mira tú, la tontería… De golpe y porrazo, ha sido el claro ejemplo de que algo estamos haciendo bien, que estamos educando sin las barreras de género tan clásicas como presentes en nuestros hogares hasta hace tan solo una generación. En nuestro caso, parece que estos estereotipos, estas etiquetas, están derrumbándose sin remisión, como las legendarias murallas de Jericó.

Y todo esto ha salido así, de un chispazo natural, casi sin darte cuenta, como deben salir las cosas que se van cocinando a fuego lento; como en una carrera (que en el fondo es lo que es todo esto de criar personajillos) de ultrafondo.

Ni se le ha pasado por la cabeza… Ni un atisbo de duda… Ni una pizca de incertidumbre ha planeado sobre ella, al hacerme esa inocente pregunta. Para ella ha sido una simple cuestión de… Tengo un problema. Aquí está mi padre. Él me ayuda y me lo resuelve.

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Y ya está. La Cuestión de Género ni se ha asomado siquiera por su mente. No ha habido un -«No… Mejor voy a esperar a que venga mamá, porque esto de coser, papá no va a saber hacerlo… Lo de COSER no es cosa de los papás.»- 

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Y la clarividencia con que se me ha asomado a la mente esta pequeña anécdota chorra, me ha seguido generando toda una serie de reacciones mentales positivas, que me sirven de indicador flawerpawer de que sí, que algo bueno estamos consiguiendo; y nuevamente, predicando con el ejemplo.

De hecho, lo primero, ha sido parar ahí de inmediato, y plantear todo un contexto lúdico mucho más amplio para continuar con todo aquello de una manera más provechosa e interesante: porque claro, ya que nos ponemos… -«¡No se puede hacer una complicada operación a oreja abierta así como así…! ¿Dónde están mis herramientas? ¡Mi maletín de aparatos complicados de médico veterinario! ¡Mascarilla de cirujano! ¡Fonendo! ¡Termómetro en esta oreja, querida ayudante, por favor…! Reflejos bien, dentadura óptima… Latidos y constantes correctas. ¡Excelente, excelente…! Podemos proceder. ¡El Dr. Juguetes va a realizar el injerto de oreja perruna, así que permanece atenta, que esto va a ser una obra de arte, pequeña…! Tu querida Corazón va a quedar preciosa de nuevo…»- Vaya, que ya puestos, hemos hecho hasta un minijuego conjunto para solucionar el problema.

kit de veterinario para juguetes

He aquí por tanto algunas de las cosas que he podido más o menos concluir, con todo este pequeño hallazgo:

#1- En casa no hay tareas «de chicos» o «de chicas». Aquí todos hacemos de todo. Aunque como en todas partes, al final terminas por centrarte en ciertos aspectos respecto al reparto de tareas, por facilitarte quizás la vida, o por afinidad. Lógicamente, si a uno de los dos le gusta más y se le da mejor cocinar, es obvio que le «tocará» pasar por ahí más veces. Por poneros un supuesto. O incluso algunas otras tareas que las haga siempre la misma persona, por el motivo que sea. Yo siempre soy el que baja la basura en casa, por ejemplo, y ni siquiera creo que mi hija lo sepa, porque a las horas en que lo hago, ella está durmiendo. Y no es algo que me preocupe el que sepa o no. Así que ni siquiera tiene asumido que «tirar la basura» es cosa exclusiva de «papás». Porque además, es eso: no lo es.

#2- Le estoy enseñando a mi hija, que su padre, yo, puedo ayudarla. Que puede recurrir a mí cuando tenga un problema. Que estoy ahí para ella, cuando me necesite. Sea lo que sea… Ayudarla a vestirse, a limpiarse, a curarse cuando se cae, a consolarla cuando se enfurruña… O a coser la oreja de su perrito de juguete. No duda. Y quiero que siga siendo así. Quiero seguir siendo su referencia. Que no se plantee si soy o no la persona adecuada en función de tal o cual etiqueta subjetiva, sino que con toda la confianza del mundo, venga, y me plantee lo que sea que necesite. Porque soy su papá. Que pueda confiar en mí, y que juntos podemos  encontrar una solución. Y el día que no sepa o pueda ayudarla, pues buscaremos juntos una solución o a quién ofrezca lo que ella necesite. Es decir, servirle y ser ese puente, ese sostén. Ser para ella, al menos, una balsa en medio de la zozobra.

#3- Quiero que comprenda que el único límite de las cosas que pueda alcanzar y las metas que se marque en su vida, estarán en su mente, no en sus genitales. Que no hay cosa que un chico haga, que una chica no pueda intentar, y que no hay cosa que una chica haga, que un chico no pueda intentar igualmente. Que lo que alcance o no alcance a lograr, esté condicionado por su cabeza y su valentía, y no por su escote o por lo que se esconda bajo sus bragas. Y con las mismas, cuando sea mayor, y se relacione con sus futuras parejas, sepa qué esperar de un hombre. O de una chica; quien sea.  Y que no haya de conformarse con menos de un TODO grande como una catedral, como respuesta. Que huya de aquellos que vengan con un -«Esto, eso otro y aquello de más allá es cosa tuya, chata…»- 

#4- Aprendizaje. Centrar la atención. Resolución de conflictos. Pensamiento divergente. Juego de roles. Autoconfianza. Seguridad. Creatividad. Todos estos conceptos se me han ido pasando por la cabeza en un momento dado, en apenas unos minutos. Y es algo que está flotando ahí, en el ambiente, en todo momento. Como dicen: -«Educa, que algo queda.»- 

#5- Que la época en que las mujeres debían quedarse en casa y ser las garantes del buen fluir del hogar, mientras los hombres, patriarcas de la casa, eran los garantes del sustento familiar, es un modelo social y familiar que debe quedar muerto y enterrado en las más profundas entrañas de la tierra, y que en un futuro, oír hablar de ello sea para ella poco menos que hablar de una simple anécdota antropológica. Pero eso sí, sin olvidar. Que lo que se olvida, se pierde.

#6- En definitiva, que las cosas, las tareas, las resolvemos las personas. No que «las mujeres andan por este coto» y «los hombres andan por este otro»; que unos no estamos hechos para unas cosas y otras para otras. Que la mujer construye. Que el hombre ama. Que la mujer encuentra. Que el hombre busca. Que la mujer piensa. Que el hombre desarrolla. Que la mujer aspira. Que el hombre alcanza. Y que si cambias el orden de factores, el resultado seguirán siendo premisas igualmente válidas y fiables de la misma manera.

Ya vendrán tiempos en los que podamos ir un paso más allá, y mi presencia no sea para que te cosa, cariño mío, sino para enseñarte a coser. O a montar en bici. O a tocar la batería. O a crear una escultura. O a lo que sea con lo que me vayas viniendo y vayas necesitando. En esencia, a subir un peldaño más en la escalera de tus conocimientos hacia tu autodependencia. Lo que sea que sirva para que te conviertas en una adulta sana, preparada, fuerte, decidida, autónoma y feliz. 

De momento, y por lo pronto, desterremos ya la cuestión de género de nuestra morada.

Yo, por mi parte, seguiré con mi anhelo de intentar aprender algún día a coser a máquina de manera un poco decente, eso sí. Y si tal día llega, preparaos, porque lo vais a flipar.

Ahora bien… Toca regresar a la tierra. El Dr. Juguetes, pese a ser un tipo singular, tampoco es Superman. No alucinemos. Porque con la segunda tarea de la tarde, la de ponerle pilas al susodicho perro, le han pillado con el carrito del helado. ¡¡Ayyyy majoooo…!! ¡Que no hay pilas a mano en casa que funcionen! Todo lo más, enchufar el cargador, y esperar 12 horas. Así que el resultado: Problemas- 1, Papá- 1. Un empate más que digno.

Es lo que hay. Como dicen que ocurre en la mayoría de los casos, no es tan fiero el león como lo pintan, o… Hasta el rabo, todo es toro, amigo mío.

Y es que hasta los grandes dilemas, bien pueden esperar hasta mañana.

 


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#25N

Hoy es 25 de noviembre:

DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Espero que cuando mi pequeña llegue a ser una mujer adulta, que cuando mi querida Churri llegue a abuelita jubilada, no tengan que leer este titular en los medios de actualidad, sino que este titular haya pasado a formar parte de los planes de estudio de las asignaturas de HISTORIA.

Hay que seguir en la lucha. Ni una muerte más. Ni un maltrato más.

Os quiero.