Y yo con estas barbas

Relatos sobre mis experiencias y expectativas como padre novato


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Tempus Fugit

«Tempus fugit». El tiempo, que corre que se las pela, decían ya en la antigua Roma…

No hay un tópico mayor que éste, cuando has tenido críos y la realidad te golpea de bruces . No has cumplido todavía los 6 años, y hoy acabas de tener tu segunda (…¡¡SEGUNDA, Diosss!!) graduación escolar.

¿¿Cómo es posible?? ¿¿Yaaa…?? ¿Cuándo ha ocurrido? ¿Cómo…? ¿Dónde se han ido estos tres primeros años de colegio? ¿Por qué ya te vas a «primaria»? ¿En qué lugar tendremos que aparcar lo de «infantil» para dejar paso a lo de «las clases de los mayores»…? ¿Es que acaso ya no eres una niña…?

El caso es que te veo, y sigo viendo a una niña… A mi niña. Pero no puedo negar lo evidente, tampoco. Anoche nos pusimos a mirar algunas de las fotos de la «fiesta de graduación» que tuviste en la escuela infantil (-«Mañana es un día importante, cariño… Es tu segunda fiesta de graduación… ¿Te acuerdas de la primera? Ven, mira, que tengo algo que enseñarte que me apetece que veas… Verás cómo te ríes.»-), y en cierta manera me chocó verla (a todos los niños, vaya), tan pequeña.

Y es que el tiempo corre…

El caso es que ahí nos tenías esta mañana a tu madre y a mí, entre el público, en ese salón de actos del colegio, casi en la última fila (intentad desayunar mínimamente en un bar en el intervalo de dejar a uno en la escuela infantil, a la otra en el colegio, ir a un cajero a sacar pasta, volver a casa a recoger las entradas para el sarao que se te han olvidado y volver al cole encima pillando primera fila, en apenas media hora: otro ejemplo claro de que el tiempo va como un tiro…), con esa sonrisa bobalicona de oreja a oreja de padre megaorgulloso y esa pulsión milagrosamente contenida de no aplaudir a cada puñetera cosa que ocurriera dentro, fuera o en el borde del escenario. No sea que los peques se desconcentren y la liemos…

Y es que el tiempo vuela…

Me tienes todavía con el lagrimón contenido en los ojillos por lo de esta mañana. ¡Estáis creciendo tanto! Ese desparpajo natural… Esa soltura… Esas formas… Esas maneras… ¡Y esos intereses! ¡Ayyy… los intereses! Cómo pasamos de unos gustos a otros… Las cosas que te llamaban la atención lo que a mí me parece hace un chasquido de dedos, y las cosas que te atrapan ahora. Mi pequeña… Mi chica grande. Que ya echa a volar hacia una nueva etapa de nuevo…

No me quiero ir, ya puestos, porque hoy es cuando toca, sin echar la vista atrás, mirar lo recorrido en estos últimos años, y hacer un breve inciso sobre tu maestra. Sobre todo el equipo educativo que os ha estado llevando de la mano estos últimos tres cursos que se me han pasado como el rayo. ¡Qué agradecido estoy por habernos cruzado en el camino de esta gente, cariño! Qué suerte, el haber apostado por este centro. Qué suerte el haber acertado al confiar la educación y el cuidado de mi pequeña a un equipo tan profesional, tan competente, tan cariñoso y tan implicado.

Creo que hemos contraído una deuda eterna con vosotras y vosotros que no sé si jamás se llegará a pagar. Sois la gente que ha sembrado la semilla de la persona que mi hija puede llegar a ser en un futuro. Una semilla regada durante estos últimos tres años, a base de tesón, de entusiasmo, con afecto, con rigor, con paciencia, con afecto, con energía, con comprensión y con profesionalidad.

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Uno de los hitos en tu vida como padre, es darte cuenta de que te ha tocado la lotería no tanto consiguiendo un boleto de papel con una combinación ganadora en tu cartera, sino agradeciendo que en sus años escolares, tus hijos han ido pasando por la manos sabias de un buen docente. Uno que les deje huella.

Esa lotería… No tiene precio.

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Sé que es lo que se le pide al cargo y al sueldo, pero no está de más valorar todas las cosas que implica el que esa dedicación clave y voluntariosa se lleve a cabo de forma que va más allá incluso de la eficacia. Vosotras y vosotros, maestras y maestros de mi hija, sois las personas que la habéis enseñado a leer. A escribir. A contar. A interesarse por tantas y tantas cosas… A desarrollarse física, mental, culturalmente. En definitiva, que habéis dotado a mi hija de herramientas fundamentales, básicas y primarias para su desempeño en la vida y que habrán de acompañarla cada día de su vida de ahora en adelante. Y eso no deja de impresionarme si me paro a pensarlo medio segundo. Es algo que desde el fondo de mi corazón, no sé muy bien ni cómo agradecerlo, porque es casi abrumador. ¡Qué maravilla de profesión, la del maestro!

Y es que el tiempo va como el rayo…

Soltaréis en apenas unos días a estos pequeños polluelos vuestros, que ya levantan el vuelo alejándose del aura protectora en la que se encontraban bajo vuestras alas, y otra vez remontaréis los cielos rumbo hacia otro ciclo nuevo, el curso que viene, para acoger y abrazar a otra hornada de pequeños elementos recién salidos del cascarón de escuelas infantiles o directamente de sus propios hogares. Porque es lo que os toca; lo que habéis escogido hacer. Lo que implica que volveréis a los pañales, a los llantos, y a aquellos cuidados tan básicos por los que pasamos nosotros y vosotras hace ya la eternidad de… tres años. Hay cosas, efectivamente, que, por mucho que corra el tiempo, seguirán manteniéndose siempre igual.

Eso sí… Todas estas cosas del eterno retorno vendrán después de las consabidas y merecidas vacaciones de verano. Otras que pasarán, me temo, como el rayo, para unos, y a paso de caracol cojo para otros. Un verano en el que, hija mía, me temo, te volverá a crecer el pie, crecerás medio dedo (o igual dedo y medio, vete a saber…) y pasarás quién sabe también qué tipo de cambios más que iremos descubriendo juntos y con los que tendremos que ir lidiando, cogidos, espero, de la mano.

Y es que el tiempo va… …Que ni te lo crees el miedito que da.

Porque como te digo, yo no estoy preparado para soltarte de la mano. No quiero. Todavía no… Apiádate y dame un poco más de tiempo, por favor. Total… Si será un momento de nada para ti.

Porque ya sabemos que, después de todo… …Tempus fugit. 

¡Fugit, pero del carajo, tú!

tempus fugit: el calendario corre que vuela


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Fronteras que hay que pasar

El cartel del Charlot de la Escuela Bélgica.

Hoy era un día señalado en el calendario; con una enorme X luminosa y chispeante señalando una frontera.

Hoy, cariño, has ido a tu pequeña escuela infantil, por última vez. Hoy ha sido tu… último día. 

¿Y por qué será que me duele…? ¿Qué es esta congoja que noto? ¿Esta especie de run run en mi cabeza…? Quizás, imagino, son los golpes que me da la certeza de saber que hoy, eres un poco menos mi bebé, y un poco más mi niña. ¡Y digo «un poco«, por no decir «del todo«, ojocuidao! Hoy, dejas atrás uno de esos peldaños tan característicos de esa escalera que se llama CRECER. Que se llama HACERSE MAYOR.

Se me hace raro pensar en términos de «último» precisamente sobre un ser tan joven, tan pequeña como eres todavía… Al menos, a mis ojos. Y es que me siento raro. Porque adoro a mi bebé. Bien es cierto que ya hace mucho tiempo que no te considero un bebé, vale… Pero eso hoy me da igual; hoy vuelves a ser mi bebé, por un momento. Y mi bebé, definitivamente… se me va. Se escapa. Sale corriendo, para convertirse en otra cosa. Alguien mejor, más grande, más desarrollada, más inteligente, más hábil, más… de todo. Pero menos bebé. Nada bebé.

Y es que me has convertido, cariño mío. Me has llevado irremediablemente hacia la fe de tu religión: la religión de los bebés. Yo, que era un antibebé, ahora soy el fan número uno; el Ministro del Interior de la Iglesia del Bebé. Bebéfilo hasta las trancas, el tuétano y donde sea, si es que tal expresión existe.

Y la escuela infantil… pues era frontera. Una línea delimitadora de las que marcarán el hito completo que llegará a ser tu vida. Algo por donde empezar, y que alguna vez habría que superar, para continuar creciendo. Ha sido un segundo hogar. Así de claro. No abriré aquí debates de si escuelas infantiles sí o no (y menos yo, defensor de esta etapa primera del desarrollo infantil): nosotros te llevamos, te dejamos en sus manos, te quedaste al cuidado de estupendas profesionales y has sido tratada con mucho cariño y respeto durante estos años. Y mucho más que eso. Y eso a mí, me vale. Y mucho más que simplemente «me vale»… El caso es que entraste siendo un verdadero bebé, un bebé de verdad… y ahora, te vas.

Allí te han cuidado… Te han acompañado… Te han alimentado… Te han vestido… Te han enseñado un montón de cosas… Allí has hecho tus primeros amigos. Al igual que en casa, es allí donde has mostrado tus primeros enfados, tus primeras alegrías, manifestado tus primeras sorpresas…

El cartel del hall de la Escuela Bélgica.

Y todo eso se acaba hoy. Y no puedo evitar sentirme triste, yo, que fui y sigo siendo el rey del Pueblo-Que-No-Quiere-Crecer; un maldito Peter Pan venido a adulto muy a su pesar.

Yo, tu padre, estuve en una «guardería» hasta los seis años, para entrar directamente a lo que antes se llamaba 1º de EBG. Y tengo maravillosos recuerdos de mi paso por allí, parte fundamental de mi infancia y mi historia. (Bueno, no tantos, no me pasaré de listo, que la memoria no perdona…) Pero sí mantengo muchas sensaciones. Y una de las cosas que más me apena, es que con tus tres añitos todavía sin cumplir, todas estas vivencias las olvidarás, casi seguro. Tu mente adolescente y adulta (y más si sales a mí, con mi memoria de Dory…), no recordará por desgracia nada de esta maravillosa etapa: olvidarás seguramente a los que ahora son tus primeros amigos. A tus maestras; a los juguetes y materiales de los que te rodeas cada día… Los ruidos, los olores, las voces…

Parte de la nueva decoración.

Pero muchas sensaciones, sí que permanecerán, seguro. Y aquí estaremos tus padres para recordártelas. Y ahí quedará también la estupenda labor pedagógica, educativa y vital de todas estas mujeres que se volcaron estos primeros años de tu corta vida para sembrar la semilla de la mujer en que tú te convertirás el día de mañana, mi pequeña lechona. Quedará para siempre, dentro de ti. Y eso es un tesoro de un valor que no puede medirse.

Hoy siento mucha pena, porque mi pequeña bebé cruza una frontera; se me va de las manos del todo, y me tengo que despedir definitivamente de ella. Y cuanto más lo pienso, más vértigo me da y más vueltas me da la cabeza. Hoy pasarás esta frontera invisible de forma alegre, inconsciente en realidad de este pequeño hito de tu corta vida acaba y lo que implica, y ya nada volverá a ser lo mismo.

Alegrarse y entristecerse a la vez es uno de esos raros privilegios de los que hoy admito estoy disfrutando a raudales. En el rostro… En cada poro de mi piel… Pero la realidad manda, mi pequeña lechona… Y el reloj, por mucho que a veces lo desee, no deja de correr. Y sin embargo, soy muy feliz, consciente de la maravillosa personita en que te has convertido; orgulloso hasta explotar de la personita que esta escuela ha contribuido a brotar. De mirar a la niña que ya ERES HOY.

Por eso hoy quiero, hoy me toca, agradecer desde aquí, y recordar para ti con cariño, para el futuro, con infinita gratitud y un alto nivel de humedad ambiente acumulada que amenaza con rebosar de la parte inferior de mis globos oculares, a este grupo de personas que hicieron de la primera infancia de mi hija, una infancia provechosa, alegre, útil, y por encima de todo, FELIZ. Por todo lo que habéis hecho por ella:

Gracias Sandra. Gracias Alba. Gracias Bea. Gracias Beatriz. Gracias Cristina. Gracias Mari Carmen. Gracias Mª Jesús. Ya sois parte eterna de nuestra familia. De todo corazón, GRACIAS.

 

Te quiero y te querré siempre. Pero ya es hora de decirte adiós, mi pequeña bebé.

La puerta de la Escuela Bélgica.

 

PD: Este jueves, día 8, tenemos delante otra frontera entre manos, cariño. Otra, que te prometo será apasionante y maravillosa. ¡Y es que este no se para! Pero bueno, esa será, de nuevo… …otra historia. ¿Vamos a por ella…? 😉